lunes, 29 de junio de 2009

29 de Junio Festividad de los Santos Apostoles San Pedro y San Pablo - Día del Papa



Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
(Mt. 16,18)

Oremus pro Pontifice nostro Benedictus.
Dominus conservet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradant eum in animam inimicorum ejus




La voz de un auténtico Pastor (5)



Homilía de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en la fiesta del Inmaculado corazón de María, en la iglesia del seminario en la Institución de lectores y acólitos (20 de junio de 2009)

EL CORAZON DE MARIA Y EL SERVICIO DE LA PALABRA Y DE LA EUCARISTIA


La celebración litúrgica del Inmaculado Corazón de María tiene su origen en el siglo XVII, como uno de los frutos de la renovación espiritual que se verificó, en ese período, en la Iglesia y en la sociedad francesa. Los historiadores identifican una escuela francesa de espiritualidad, cuyo primer representante, y el más eximio, es el cardenal Pierre de Bérulle. Él y sus discípulos Condren, Olier y San Juan Eudes centran la contemplación teológica en el Verbo encarnado; en su humanidad santísima adoran al servidor perfecto, al verdadero “religioso de Dios”, al perfecto adorador del Padre. Como maestros y educadores de la fe, invitan a los fieles a contemplar con amor los misterios de la vida de Jesús y a unirse a estos misterios con íntimos deseos de comunión para reproducir de algún modo las acciones interiores y espirituales de Jesús en el trato con Dios su Padre. La vida cristiana es vida en Cristo; mejor dicho, es la vida de Jesús en nosotros. La súplica por excelencia, que retoma el maranatha de los primeros cristianos, es una invocación, un clamor, para que Jesús venga y viva en nosotros como vive en María. Así queda transformada totalmente la existencia. San Juan Eudes escribió: Vean ustedes lo que es la vida cristiana: una continuación y un cumplimiento de la vida de Jesús; todas nuestras acciones deben ser una continuación de las acciones de Jesús; nosotros debemos ser como otros tantos Jesús en la tierra, para continuar su vida y sus obras.


En esta tradición espiritual María es considerada como la primera cristiana, la más perfecta, porque vive en Jesús, por Jesús y para Jesús; la oración se dirige entonces a Jesús que vive en María. Cito otra vez a San Juan Eudes: Jesús de tal modo vive y reina en María que es el alma de su alma, el espíritu de su espíritu, el corazón de su corazón; de suerte que bien se puede decir que el corazón de María es Jesús. Éste es el ámbito espiritual, teológico y pastoral en que nace el culto litúrgico del Corazón de María. En la Escuela francesa la liturgia tenía una importancia capital; era considerada el lugar de la adoración y, en cuanto oración de la Iglesia unida a la oración de Jesús, el gran medio de formación del cristiano. San Juan Eudes compuso un Oficio del Corazón de María y comenzó a celebrarlo en su comunidad; muy pronto se difundió entre los conventos, los monasterios y las cofradías de laicos que el santo establecía con ocasión de las misiones que predicaba. Años más tarde, animado por el éxito anterior, compuso también un Oficio del Corazón de Jesús que fue aprobado y comenzó a usarse en 1672. San Pío X en la bula de canonización considera a San Juan Eudes el padre, doctor y apóstol del culto litúrgico de los sagrados corazones de Jesús y María. A comienzos del siglo XIX, el Papa Pío VII reconoció oficialmente la fiesta del Inmaculado Corazón de María y Pío XII la instituyó como obligatoria para toda la Iglesia; se la celebraba el 22 de agosto, octava de la Asunción. En la liturgia actual, por su ubicación en el calendario, la memoria del Inmaculado Corazón de María aparece como un eco dulcísimo de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.



El corazón designa, según la antropología bíblica, el centro íntimo de nuestra personalidad; es la sede y la fuente no sólo de las emociones y afectos, sino sobre todo de los pensamientos y decisiones, de la sabiduría y de la libertad. El de María es un corazón humano, femenino, pero cuyas dimensiones escapan a las reglas de una vulgar psicología. Por su unión estrechísima con el Corazón de Cristo, el de su Madre participa de la anchura y la longitud, la altura y la profundidad (cf. Ef. 3, 18). En ese Corazón materno se da una presencia única del misterio de Cristo; dos veces, refiriéndose a los acontecimientos salvíficos de la infancia de Jesús, anota San Lucas que María conservaba estas cosas y las meditaba en su Corazón (Lc. 2, 19.51). Nosotros adoramos lo que María atesora en su Corazón, y vivimos de ello. La experiencia de María señala un camino de asimilación de las dimensiones del Corazón de Cristo. Así leemos hoy en la liturgia de las horas: María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente. Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Son éstas palabras de San Lorenzo Justiniano, que culminan en una exhortación: imítala tú, alma fiel.


Al Corazón de María se lo llama inmaculado. La expresión se refiere obviamente a la pureza virginal, pero no sólo ni ante todo a ella, sino más bien al ser inmaculado de María, exenta de pecado. A la casta integridad de todo su ser, anticipadamente rescatado por la gracia de la redención para crear en ella el nuevo paraíso. La integridad del ser mariano declara abolida aquella tremenda constatación del profeta: nada más tortuoso que el corazón humano, y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo? (Jer. 17, 9). El Corazón inmaculado de María es transparencia, rectitud, simplicidad, dotes éstas de una personalidad, de una vida radicalmente dirigida a Dios. A esta integridad de su ser responde la fe de María, que inspira su fiat; puede hablarse, por tanto, de la virginidad de su fe. Por la gracia del bautismo, y en virtud del dinamismo espiritual de nuestra fe, nosotros aspiramos a configurarnos plenamente a la forma modélica del ser cristiano simbolizado en el Inmaculado Corazón de nuestra Señora. Esa es nuestra meta. Dios es poderoso para preservarnos de toda caída y para hacernos comparecer ante su gloria inmaculados y exultantes (cf. Jud. 24).


El Corazón de María representa el centro más íntimo de su ser en la relación con la Palabra de Dios, que es Cristo, y con su Cuerpo y Sangre. Ella ofreció su cuerpo y su sangre para la encarnación de la Palabra. Como afirma la tradición de los Padres de la Iglesia, concibió antes en su espíritu, en su Corazón Inmaculado, al recibir con fe la Palabra de Dios, para poder concebirla virginalmente en su seno; concibió la carne de Cristo por medio de la fe. Ella es la gran servidora de la Palabra y del Cuerpo y Sangre del Señor; en cuanto tal es imagen y madre de la Iglesia, y patrona de los ministros de la Palabra y de la Eucaristía.


Voy a instituir ahora lectores y acólitos, que participarán del ministerio de la Iglesia. El Pontifical Romano explica que se trata, en ambos casos, de funciones subsidiarias: son instituidos para ayudar en el ministerio del Evangelio y de la Eucaristía; estarán respectivamente al servicio de la fe que se nutre de la Palabra de Dios y al servicio del altar donde se consuma el sacrificio del Señor y se comparte el banquete eucarístico. A los lectores se les encomienda meditar asiduamente la Palabra divina, asimilar su enseñanza y anunciarla con fidelidad. Se pide a los acólitos que al ejercitar su ministerio de secundar a los presbíteros y diáconos en las celebraciones litúrgicas y al distribuir la sagrada comunión procuren recibir el sentido espiritual y profundo de las cosas.


Quiero subrayar que el lectorado y el acolitado son ministerios litúrgicos que se insertan en la estructura apostólica de la Iglesia; para quienes aspiran a la ordenación sacerdotal constituyen un esbozo del futuro ministerio y un entrenamiento para su ejercicio. San Pablo, refiriéndose a su propio ministerio lo identifica como un oficio sagrado y se llama a sí mismo liturgo de Jesucristo (Rom. 15, 16). Esa liturgia apostólica tiene su inicio en la predicación del Evangelio, que convoca y congrega al pueblo de Dios, y su fin en la Eucaristía, en la que se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo. El Concilio Vaticano II expuso en virtud de estos principios la naturaleza del ministerio presbiteral (cf. Presbyterorum ordinis, 2).


La liturgia, como enseña el mismo Concilio, no agota toda la actividad de la Iglesia, pero es la cumbre hacia la cual tiende y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza (Sacrosanctum Concilium, 9.10). Esta importancia, esta centralidad, no siempre se reflejan en la organización pastoral, en el tiempo y la preparación que se dedican a las celebraciones sagradas en las que se actualiza y ejerce el misterio de la redención, en el estudio y consideración de los sacerdotes, en el aprecio del pueblo cristiano. Benedicto XVI ha señalado recientemente que la Iglesia no es una ONG, un centro de beneficiencia: es preciso, pues, recentrar como corresponde la misión eclesial en el mundo de hoy, y para que la comprensión de esa misión no se extravíe, hace falta volver incesantemente a las fuentes de la fe. La centralidad de la liturgia, su eficacia salvífica y pedagógica, son una expresión de la primacía de la gracia, principio fundamental de una sana y católica orientación pastoral.


La forma que la liturgia ha asumido, forjada por una venerable tradición, no se puede disociar del contenido sin ponerlo en riesgo, sin someter a la ambigüedad la regla de la fe, sin menoscabar el valor formativo del culto y su influjo en la cultura del pueblo. La liturgia es la matriz en la que se plasma la mente cristiana. En las últimas décadas ha ocurrido un lamentable deslizamiento de las formas litúrgicas en el rito romano; quizá lo peor ha sido el daño infligido a la belleza, que es el rostro visible del misterio. En su caída, la belleza ha arrastrado consigo la dimensión contemplativa de la liturgia. Las causas de este fenómeno son múltiples: pérdida del sentido de lo sacro, ignorancia histórica y teológica, populismo, desprecio y abandono del latín y del canto gregoriano –en contra de la decisión conciliar de mantenerlo–, una concepción errada de la inculturación y de la participación activa de los fieles. En la Argentina se suma a estos factores negativos una generalizada decadencia de la cultura nacional; la Iglesia no ha hecho gran cosa por frenarla; hasta podrían acusarnos de habernos plegado a ella. Por todas estas razones, la liturgia debe ser señalada nuevamente y con urgencia como una prioridad pastoral. Tenemos al respecto ejemplos notables en la Iglesia platense; para citar un solo nombre, menciono a Monseñor Enrique Rau, que fue pionero de la pastoral obrera y a la vez de la auténtica renovación litúrgica. Pudo abarcar ambos campos porque fue, sobre todo teólogo, un buen teólogo.


Queridos hijos, que ahora van a ser instituidos lectores y acólitos, cumplan, y no sólo cumplan, vivan con fidelidad y amor sus respectivos ministerios. Vívanlos en comunión íntima con María, de corazón a Corazón con ella, para vivirlos en el Corazón de Cristo, de quien son instituidos servidores. Digo por cada uno de ustedes la preciosa oración de Charles de Condren, dirigida a Jesús que vive en María:


Jesús, que vives en María, ven y vive en tu servidor, por el Espíritu de tu santidad, con la plenitud de tu fuerza, en la perfección de tus caminos, en la comunión con tus misterios; domina a todo poder adverso, por la virtud de tu Espíritu, para la gloria del Padre.

Mons. Héctor Aguer

Arzobispo de La Plata

Tomado de AICA

miércoles, 24 de junio de 2009

Frente a las elecciones: "DOCTRINA Y TACTICA DEL MAL MENOR"





Doctrina y táctica del Mal Menor

Quisiera decir algo católicamente correcto sobre el concepto de “mal menor”. Y explicar que una cosa es la lícita doctrina moral del mal menor y otra más discutible la táctica política del mal menor. La táctica política malminorista es, desde hace doscientos años, seña de identidad del llamado catolicismo liberal, una ideología que ha pretendido conciliar la Verdad que predica la Iglesia con el relativismo y el naturalismo. Soy consciente de que muchos católicos sinceros siguen confiando en las tácticas maquiavélicas del mal menor y del voto útil tal vez porque no acaban de descubrir otra que les convenza. Después de pensarlo un poco les diré mi opinión: que hacer propuestas malas sabiendo que son malas y esperando con ello evitar el triunfo de propuestas peores suena, cuando menos, bastante inmoral. Y además es ineficaz.

Por F. Javier Garisoain Otero


La doctrina moral del Mal Menor


Los buenos filósofos explican que el mal no tiene entidad propia porque sólo es ausencia de bien. El mal menor pues no es más que carencia de bien. Y en este sentido mal menor es exactamente lo mismo que bien mayor. Como en el ejemplo de la botella “medio llena”o “medio vacía”sabemos que el nivel puede cambiar a más o a menos. Sabemos que diversas limitaciones internas o externas nos alejan siempre de la perfección individual y social. Por eso la doctrina del mal menor, que exige procurar siempre el mayor bien posible y evitar el mal en lo posible, es válida siempre. Ante una elección -suponiendo que nuestra única responsabilidad sea elegir- no existe otra posibilidad de rectitud ética que elegir lo mejor. Y si todo es malo hay que elegir el mal menor

Y no estará de mas convenir que en ciertos casos el negarse a elegir, es decir, la abstención, aún siendo un mal, puede ser el verdadero mal menor que estamos buscando. Todo ello suponiendo -insisto- que nuestra única responsabilidad sea elegir. La cosa cambia, como veremos, si nuestra responsabilidad no es elegir, sino hacer, o proponer. Al fin y al cabo vivimos en una sociedad plural en la que tenemos el deber de participar. ¿Se satisfará ese deber con la mera elección pasiva del mal menor? Si el llamamiento es a participar, a hacer, a construir, habrá que HACER el bien.

La táctica política del Mal Menor

La táctica política del mal menor ya no se limita al momento electoral, pues consiste en proponer unos males (menores) para evitar que triunfen otros males (mayores). Es la tentación política que nos acosa cuando tenemos la responsabilidad de hacer propuestas. Y llegados a este punto he llegado a una conclusión: desde el punto de vista ético nunca puede ser lícito proponer un mal, aunque éste sea menor.

He aquí algunos argumentos de por qué no es bueno el malminorismo:

- Porque la doctrina católica es clara al respecto cuando afirma que la conciencia ordena “practicar el bien y evitar el mal”(Cat. 1706 y 1777), que no se puede “hacer el mal”si se busca la salvación (Cat. 998) y que “nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien”. (Cat.1789)

- Porque la responsabilidad de los laicos católicos no puede limitarse a elegir pasivamente entre los males que los enemigos de la Iglesia quieran ofrecer, sino que debe ser una participación activa y directa, “abriendo las puertas a Cristo”.

- Porque el mal menor pretende asignar a los católicos un papel mediocre y pasivo dentro del nuevo sistema “confesionalmente aconfesional”.

- Porque el mal menor convierte en cotidiana una situación excepcional.

- Porque una situación de mal menor prolongada hace que el mal menor cada vez sea mayor mal. Los males “menores”de nuestros días pesan demasiado como para no evidenciar un enfrentamiento radical con el Evangelio: el individualismo, la relativización de la autoridad, el primado de la opinión, la visión científico-racionalista del mundo... principios que se manifiestan en la pérdida de fe, la crisis de la familia, la corrupción, la injusticia y los desequilibrios a escala mundial, etc.

- Porque la táctica del mal menor se ha demostrado ineficaz en el tiempo para alcanzar el poder o reducir los males.

- Porque es preciso exponer en su integridad el mensaje del Evangelio ya que “donde el pecado pervierte la vida social es preciso apelar a la conversión de los corazones y a la gracia de Dios”(...) y “no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio”(Cat. 1896)

- Porque la propuesta de un mal por parte de quien debiera proponer un bien da lugar al pecado gravísimo de escándalo que es la “actitud o comportamiento que induce a otro a hacer el mal”).

(Cat. 2284). A este respecto es muy clara la enseñanza de Pío XII: “Se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos (...) Lo mismo ha de decirse (...) de los que, manipulando la opinión pública la desvían de los valores morales”. (Discurso de 1/6/1941. Recogido en: Cat. 2286).

- Porque un mal siempre es un mal y “es erróneo juzgar la moralidad de los actos considerando sólo la intención o las circunstancias”(Cat. 1756).

Cómo nace el Mal Menor

Históricamente, la táctica política del mal menor nace en la Europa cristiana postrevolucionaria de la mano de dos movimientos políticos católicos: el catolicismo liberal y la democracia cristiana. Es complicado desentrañar los motivos que llevan a sus promotores a adoptarla en la teoría. Y son contradictorios los hechos y las decisiones adoptadas en la práctica. No entraré a juzgar la intención. En muchas ocasiones los malminoristas han sido hombres de iglesia, católicos inquietos por los avances de la revolución y deseosos de hacer algo en un contexto de debilidad de la respuesta católica a la revolución liberal.

Se puede llegar al malminorismo por diversos motivos que se superponen y entremezclan:

- Por “contaminación”del pensamiento revolucionario y el deslumbramiento ante la aparente perfección de las nuevas ideologías. Buscando, por ejemplo, el compromiso de la Iglesia con una forma política concreta (nacionalismo, parlamentarismo, democracia de partidos, etc.)

- Por exageración de los males del Antiguo Régimen y su identificación con la misma Doctrina Católica.

- Por cansancio en la lucha contrarrevolucionaria, por el acomodo conservador de quienes están llamados a la valentía.

- Por una derrota bélica de las políticas católicas, o tras un período intenso de persecución religiosa.

- Por una aparente urgencia de transacción con los enemigos de la Iglesia a fin de que, al menos, sea tolerada por unas autoridades hostiles una mínima labor apostólica.

- Por maniobras de partidos revolucionarios que intencionadamente procuran sembrar dudas y división entre los católicos.

- Por la carencia de verdaderos políticos católicos lo cual anima la intromisión del clero en la política concreta.

- Por la misma intromisión clerical en el juego político lo que a su vez retrae de la participación a unos y desautoriza la labor independiente -y tal vez discrepante en lo contingente- de otros laicos.

- Por ingenuidad de los católicos que confían sin garantías en las reglas del juego establecidas por los enemigos de la fe.

- Por una sobrevaloración del éxito político inmediato olvidando que, como dice el catecismo: “el Reino no se realizará (...) mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un progreso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal”. (Cat. 677)

- Por una creciente desorientación y falta de formación del pueblo católico que genera pesimismo o falta de fe en la eficacia salvadora de los principios del Derecho Público Cristiano.

- Por un enfriamiento en la fe y la religiosidad. Porque sin ayuda de la gracia es muy difícil “acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava”. (Centesimus Annus, 25. En Cat. 1889)

Cómo ha evolucionado la táctica del Mal Menor

La táctica del mal menor no se ha introducido de golpe en ningún momento. Lo ha hecho de forma progresiva (a peor) a lo largo de los dos últimos siglos. En la historia política de los países europeos se podrían identificar las siguientes situaciones:

- En un primer momento, tras el choque violento de la revolución, y argumentando el accidentalismo de la Iglesia (que corresponde a la institución pero no a los laicos), los malminoristas toleran, consienten y hasta promueven la disolución de estructuras políticas y sociales tradicionales (monarquía, gremios, instituciones religiosas, bienes comunales, etc.) que eran de hecho un freno a la revolución.

- Paralelamente a la secularización de la política y por un cierto maquiavelismo, empiezan a omitir los argumentos religiosos a la hora de hacer propuestas con la ilusión de captar así el apoyo de los no católicos. Algunos llegan a afirmar como justificación para no hablar de la Redención que “la doctrina cristiana es más importante que Cristo”lo cual no deja de ser puro pelagianismo.

- El paso siguiente en la táctica malminorista es el intento de unión de los católicos en torno a un programa mínimo pero no para presentar una alternativa al nuevo régimen sino para integrarse mejor en él con la idea de “cambiarlo desde dentro”. Para ello se procura el desprestigio de otros políticos y tácticas católicas marginales.

- Un recurso frecuente en los malminoristas es tratar de ganar la simpatía de la jerarquía mediante promesas de “paz y reconciliación”que permitan la reconstrucción material de las Iglesias y el mantenimiento regular del culto. Se trata de un intento desesperado de salvar “lo que se pueda”, de tentar a la jerarquía de la Iglesia con una dirección política que no le es propia. Que podría ser algo excepcional, pero no la tónica habitual de participación política católica.

- En ocasiones son los propios obispos o miembros del clero quienes promueven grupos políticos en esa línea con una mentalidad puramente defensiva de la Iglesia. Esta intromisión empobrece la acción política de los católicos, la hace “ir a remolque”de las propuestas revolucionarias, y compromete a la Iglesia con soluciones políticas legítimas pero opinables. Cuando alguien propone hacer acción social, como lo hizo en España un influyente obispo, “para que no se nos vayan los obreros de la Iglesia”está falseando la finalidad de la verdadera acción social, que no puede ser un mero instrumento de catequesis, sino un deber de justicia y responsabilidad de los laicos.

- El caso del Ralliement propuesto por León XIII, que envalentonó aún más a los enemigos de la Iglesia en Francia, o la verdadera traición de ciertos obispos mexicanos a los católicos cristeros, milagrosamente perdonada por el pueblo fiel, son dos ejemplos de las nefastas consecuencias a las que puede llevar el malminorismo. En este sentido la claridad del Concilio Vaticano II al exigir la abstención del clero de toda actividad política representa una rectificación importante. Es preciso reconocer que el empeño cobarde de algunos cristianos por buscar la mera supervivencia material de la Iglesia, la “añadidura”, ha sido un anti-testimonio escandaloso. Es un escándalo que quienes dicen con el Evangelio “Buscad el Reino de Dios y su justicia...”olviden que el mal moral es “infinitamente más grave”que el mal físico. (Cat. 311)

- Más recientemente y coincidiendo con la euforia previa al Concilio Vaticano II se procuró la disgregación de partidos, asociaciones, instituciones y estados católicos con la idea de potenciar una especie de “guerra de guerrillas”que pudiera conquistar así la opinión pública y llegar a todos los rincones del entramado social. Los resultados están a la vista: no sólo se han debilitado o extinguido las antiguas herramientas sino que además no ha surgido esa nueva”guerrilla”y no se ha conquistado nada nuevo -o poco- que no fuera ya católico.

- El último paso del malminorismo y la demostración palpable de su maquiavelismo es la justificación del voto útil lo que, paradójicamente, contradice el mal menor porque propugna que se vote no ya al menos malo, sino a la opción que tenga mayores posibilidades de triunfo, aunque sea peor que otras opciones con menos posibilidades.

La ineficacia del Mal Menor

Al analizar la génesis y desarrollo de las tácticas malminoristas, en ningún caso condeno aquí la intención de quienes las han apoyado o apoyan. Simplemente quiero constatar algunas razones que expliquen por qué el malminorismo nunca consigue lo que se propone. No consigue reducir el mal mayor:

- Porque las energías que debían gastarse en proponer bienes plenos se gastan en proponer males menores.

- Porque es una opción de retirada, pesimista, en la que el político católico esconde sus talentos por temor, o por falsa precaución.

- Porque la táctica del mal menor predica la resignación; y no precisamente la resignación cristiana, sino la sumisión y la tolerancia al tirano, a la injusticia y al atropello. Con tácticas malminoristas nunca se habría decidido el alzamiento español de 1936, ni habría caído el muro de Berlín. No habría habido Guerra de la Independencia Española, ni insurgencia católica en la Vendée, ni Carlistas en España, ni Cristeros en México. Y tal vez ninguna oposición habría encontrado el avance islámico por Europa. No habrían existido ni Lepanto, ni Cruzadas, ni Reconquista.

- Porque el mal menor se presenta como una forma inteligente de favorecer económica y físicamente a la Iglesia olvidando que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio de la Verdad, testimonio que si sigue hoy vivo es gracias a la sangre de los mártires.

- Porque hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del malminorismo ha dado el poder a partidos que reclamando el voto católico han amparado, y eso ha pasado en media Europa, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).

En definitiva, el malminorismo no ha sido derrotado nunca porque en sí mismo es una derrota anticipada, una especie de cómodo suicidio colectivo. Es el retroceso, la postura vergonzante y defensiva, el complejo de inferioridad.

Defendiendo una táctica de mal menor, los cristianos renuncian al protagonismo histórico, como si Cristo no fuese Señor de la historia. Se creen maquiavelos y sólo son una sombra en retirada. Niegan en la práctica la posibilidad de una doctrina social cristiana, y niegan la evidencia de una sociedad que, con todas sus imperfecciones, ha sido cristiana. El malminorismo, contrapeso necesario de una revolución que en el fondo es anticristiana, ha fracasado siempre, desde su mismo nacimiento.

En cambio, la historia de la Iglesia y de los pueblos cristianos está llena de hermosos ejemplos en los que el optimismo -o mejor, la esperanza cristiana-, nos enseña que es posible, con la ayuda de Dios, construir verdaderas sociedades cristianas. La política cristiana no ha fracasado en la medida en que todavía hoy seguimos viviendo de las rentas de la vieja cristiandad occidental.

Conclusiones

Es alentador comprobar que, gracias a Dios, los errores filosóficos o teológicos, cuando se concretan en movimientos y personas, siguen adelante en medio de felices incongruencias, acuciados por la realidad de las cosas. Raras veces llegan a desarrollar las últimas consecuencias de sus principios. Por eso el resultado de una acción política, aunque parta de unos principios erróneos, es incierto y sorprendente. “Dios creó un mundo imperfecto, en estado de vía”. (Cat. 310) y ni siquiera el acceso al gobierno político de personas santas podría eliminar todas las imperfecciones de este mundo.

Una vez reconocida esta tremenda limitación de la realidad política, nuestra responsabilidad de laicos católicos no puede ser la resignación ante un mundo imperfecto, sino la lucha y la aventura por procurar el acercamiento a ese ideal de perfección que propone también a un nivel social el Evangelio.

Aquí radica el verdadero y sano pluralismo que debe existir entre los católicos, porque sin reconocer cierto “derecho a la equivocación”será imposible rectificar y mejorar.

La Doctrina de la Iglesia está pidiendo a los laicos católicos una participación activa en la vida política, solos o acompañados. Todo llamamiento a la unidad entre los católicos no puede exigir mas que una unión en los principios pre-políticos, es decir, en torno a una misma idea de bien común. Y esa acción política católica es responsabilidad exclusiva de los laicos, no de la Institución jerárquica. Laicos solos, o laicos agrupados. Pero laicos.

En cuanto a los conceptos de mal menor y voto útil, estas son mis conclusiones:

- El mal menor como doctrina moral es siempre válido si nuestra responsabilidad es exclusivamente la elección.

- El mal menor como táctica política nace en la Europa postrevolucionaria en un contexto de debilidad de las opciones políticas cristianas.

- La táctica del mal menor es pesimista e ineficaz.

- La táctica política del voto útil es puro maquiavelismo político y aunque aparentemente contradice la táctica del mal menor es en realidad una vuelta de tuerca en una misma concepción que esteriliza la acción política de los laicos católicos.

Tomado de ARBIL Nº 121

domingo, 21 de junio de 2009

EN EL AÑO SACERDOTAL




CUANDO SE PIENSA...



Cuando se piensa, que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote;

Cuando se piensa que ni los ángeles, ni los arcángeles, ni Miguel, ni Gabriel, ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote;


Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, realizó un milagro más grande que la creación del universo con todos sus esplendores y fue convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo; y que este portento, ante el cual se arrodillan los angeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote;

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados, y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesonario, Dios, obligado por su propia palabra lo ata en el Cielo, y que lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios;


Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar;


Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino;


Cuando se piensa que eso pude ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuado eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes aullarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan y no habrá nadie que se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos;


Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro pues él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él;

Cuando se piensa que un sacerdote que celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo sino que es Cristo mismo que está allí, repitiendo el mayor milagro de Dios;


Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales:


Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia nasiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal;


Uno comprende el inmeso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se reflejaba en sus leyes;


Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación;

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo;

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable;

Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado;

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor;

Uno comprende que dar para costear los estudios de un jóven seminarista o de un novicio es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre, que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra, y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo.



HUGO WAST






Oración por la santificación de los sacerdotes (del Papa Pío XII)

Oh Jesús, Pontífice Eterno, Buen Pastor, Fuente de vida, que por singular generosidad de tu dulcísimo Corazón nos has dado nuestros sacerdotes para que podamos cumplir plenamente los designios de santificación que tu gracia inspira en nuestras almas; te suplicamos: ven y ayúdalos con tu asistencia misericordiosa.

Sé en ellos, oh Jesús, fe viva en sus obras, esperanza inquebrantable en las pruebas, caridad ardiente en sus propósitos. Que tu palabra, rayo de la eterna Sabiduría, sea, por la constante meditación, el alimento diario de su vida interior. Que el ejemplo de tu vida y Pasión se renueve en su conducta y en sus sufrimientos para enseñanza nuestra, y alivio y sostén en nuestras penas.

Concédeles, oh Señor, desprendimiento de todo interés terreno y que sólo busquen tu mayor gloria. Concédeles ser fieles a sus obligaciones con pura conciencia hasta el postrer aliento. Y cuando con la muerte del cuerpo entreguen en tus manos la tarea bien cumplida, dales, Jesús, Tú que fuiste su Maestro en la tierra, la recompensa eterna: la corona de justicia en el esplendor de los santos. Amén.

viernes, 19 de junio de 2009

La voz de un auténtico Pastor (4)



Homilía de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en la celebración del Corpus Christi(13 junio de 2009)

La solemnidad del santísimo Cuerpo y la preciosísima Sangre de Cristo expresa la fe de la Iglesia en su Señor, una fe admirativa, jubilosa, exultante, que no se deja traducir fácilmente en palabras. La secuencia litúrgica, atribuida a Santo Tomás de Aquino, invita al gozo espiritual en este día: sea plena la alabanza, sea sonoro, festivo, puro el júbilo del alma. Comentando los salmos bíblicos, en los que abundan las fórmulas de alabanza, decía San Agustín: lo que no se puede explicar con palabras no debe hacer cesar la alegría. Si ustedes pueden explicarlo, aclamen; si no pueden, estallen en júbilo. Cuando es exuberante el gozo y las palabras no bastan para expresarlo, se prorrumpe en júbilo. Éste es el espíritu que, según la intención de la Iglesia, debe reinar hoy en nuestros corazones. Hoy se pone alerta nuestra inteligencia de la fe, pero no basta entender con la mente; cuenta, sobre todo, la conciencia de estar ante el Señor nuestro Dios y adherir de corazón al misterio. La tradicional fiesta de Corpus Christi, que los franceses llaman la Fête-Dieu, nos pone ante la presencia de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús (Tit. 2, 13), ante la verdad y el realismo de su Cuerpo y de su Sangre. La Redención, la Encarnación, la Trinidad, todos los misterios de la fe se resumen y concentran en la Eucaristía, a la que llamamos, por antonomasia, el misterio de la fe.

La fe eucarística de la Iglesia se apoya en la palabra misma del Señor; no hay nada más verdadero que esta palabra de la verdad. Hemos escuchado hace un momento las palabras que Jesús pronunció en la última cena, que están registradas en los tres evangelios sinópticos y que constituyen el centro del rito de la Eucaristía. A esas palabras se atuvo invariablemente la tradición eclesial, desde los orígenes; acerca de esa tradición atestigua el apóstol Pablo en su primera carta a los corintios: es lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido… (1 Cor. 11, 23). San Cirilo de Jerusalén argumentaba, en el siglo IV, en una de sus instrucciones catequísticas: Por tanto, si él mismo afirmó del pan: “esto es mi cuerpo”, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: “ésta es mi sangre”, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre? Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el cuerpo y sangre de Cristo. El argumento prosigue con una claridad y una fuerza irrebatibles para mostrar que después de invocado el Espíritu Santo y producido el cambio de los elementos, bajo los signos de pan y vino –más tarde se dirá: bajo las especies o los accidentes del pan y del vino– están el Cuerpo y la Sangre del Señor. Porque esa nueva realidad se ha hecho presente, nos unimos estrechamente a Cristo y somos divinizados. La catequesis sigue así: Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan y su sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces corpóreo y consanguíneo suyo. Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y su sangre. De este modo, como dice San Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina. Estas palabras son un eco de las que Jesús pronunció en Cafarnaún: mi carne es la verdadera comida, y mi sangre la verdadera bebida; el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él (Jn. 6, 55 s.).

Realidad sorprendente, maravillosa, tremenda, este milagro cotidiano de la transubstanciación por el que Cristo se ha quedado para siempre entre nosotros, asegurándonos así su retorno glorioso, nuestra resurrección y la vida eterna. El modo de ser de Cristo en la Eucaristía es un modo de ser sacramental, es decir, misterioso, que se verifica bajo el velo de los signos; pero es él mismo quien allí se encuentra, como dice el catecismo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad: todo él bajo el signo del pan, todo él bajo el signo del vino. Su Cuerpo, el mismo que comenzó a formarse en el seno de María sin intervención de varón, por obra del Espíritu Santo; el mismo que experimentó hambre, sed y fatiga, que sufrió los tormentos de la pasión y en la mañana de Pascua se mostró a los discípulos transformado en fuente de vida y de luz. Su Sangre, la misma sangre que brotó por primera vez en la circuncisión, que impregnó el leño de la cruz y salpicó a los soldados en la flagelación, la misma que circula por las venas del Resucitado.

El ciclo de lecturas bíblicas que se observa este año enfoca el misterio de la Eucaristía como sacramento de la Sangre del Señor, precio de nuestra redención. Es la sangre de la nueva alianza, prefigurada en la de las víctimas de los sacrificios con la que Moisés roció al pueblo para comprometerlo a ser fiel al pacto sellado con Dios. Por su propia sangre Cristo nos ha purificado del pecado en el sacrificio de la cruz y nos ha mostrado hasta dónde llega su amor. Esta referencia a la sangre pone de relieve que la Eucaristía es el sacramento del sacrificio de Cristo y que el banquete sagrado es memorial del inmenso beneficio que fue el sacrificio de la cruz. La celebración eucarística es una imagen representativa de la pasión del Señor: actualiza –no repite– sino que re-presenta, hace presente la verdadera y única inmolación de la cruz. El don de la sangre eucarística proclama con elocuencia la generosidad del Señor, que nos entregó, para nuestra salvación, todo lo que asumió de nosotros. La sangre representa la vida humana; el don de la sangre, el amor hasta el fin.

Los teólogos de todos los tiempos y los filósofos cristianos han procurado ofrecer una explicación del misterio eucarístico. Esa explicación puede ser más o menos exacta, penetrante, aguda; puede calmar de algún modo la inquietud de la razón que busca comprender. Pero la comprensión verdadera la conceden la fe y el amor que se ejercen en la adoración. Si la Eucaristía es seriamente reconocida como el sacramento que contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, como la fuente y la cima de la evangelización y de la vida cristiana (cf. Presbyterorum ordinis, 5), la actitud que corresponde tanto de parte del católico personalmente considerado como de cada comunidad eclesial, es el empeño noble y magnánimo en la adoración. Da pena comprobar la desatención de la mayoría de los fieles a este aspecto del culto eucarístico. Cuando en una parroquia se destina una hora semanal a la adoración del Señor presente en el sacramento de su entrega por nosotros, apenas se logra reunir a un puñado de valientes mujeres. Habría que pensar en horarios más oportunos y disponer la organización necesaria para que este oficio de la adoración no sea desatendido como si se tratase de una devoción periférica en la Iglesia. Jesús nos enseñó a adorar al Padre en espíritu y en verdad; él es el perfecto adorador del Padre, de él se aprende este oficio, en él se entra como en un lugar santísimo –por algo a él se lo llama el Santísimo– para que nuestra adoración alcance su propia verdad y pueda ser inspirada e inflamada por el Espíritu.

Otra vía para avanzar en la comprensión eucarística es la preparación adecuada –quiero decir: una preparación cada vez más solícita y diligente– para comulgar. En otras épocas y durante varios siglos se alejaba a los fieles de la comunión frecuente porque se presentaba el sacramento como un premio para los perfectos, olvidando su poder medicinal; la preparación nunca parecía suficiente. A partir de las sabias decisiones tomadas por San Pío X a comienzos del siglo XX la situación cambió fundamentalmente. Hoy sabemos que la comunión frecuente no sólo es un bien, sino la fuente misma del crecimiento espiritual, el medio por excelencia de santificación. Pero la frecuencia no asegura la calidad y el fruto de la comunión. La inconsideración, la superficialidad, una concepción subjetivista y arbitraria de la relación religiosa con Dios –que son flaquezas propias de este tiempo– pueden llevar a una rutina eucarística infructuosa, absorbida por la tibieza espiritual, que resulta de algún modo una profanación del sacramento. La tradición de la Iglesia nos exhorta a una preparación que ponga en ejercicio las fibras más hondas del alma: fe, amor, humildad, contrición, confianza. Una antigua oración atribuida a San Ambrosio pide como una gracia prepararse con temor y temblor, pureza de corazón, fuente de lágrimas, alegría espiritual, celeste gozo.

No se comprende del todo la Eucaristía si no se advierte la vinculación misteriosa pero real que existe entre la vida eucarística de los cristianos, de la Iglesia como comunidad implantada en el mundo, y la situación concreta de la cultura y de la sociedad. Hoy hemos paseado al Corpus por las calles de nuestra ciudad; ha sido éste un signo de bendición, de profecía y de súplica. Un signo extraordinario, que realizamos una vez al año. El signo ordinario somos nosotros, los que nos nutrimos asiduamente del Cuerpo y la Sangre del Señor: somos concorpóreos y consanguíneos suyos, portadores de Cristo. Lo llevamos con nosotros todos los días; ¿cómo es posible entonces que todo siga igual? Benedicto XVI ha escrito que la unión con Cristo que se realiza en el Sacramento nos capacita también para nuevos tipos de relaciones sociales: la “mística” del Sacramento tiene un carácter social. El Papa exhorta a los fieles laicos a inspirarse en la entrega eucarística de Cristo para trabajar por un mundo mejor, más justo y fraterno, haciéndose “pan partido” para los demás en el compromiso político y social según la doctrina de la Iglesia (Sacramentum caritatis, 88 ss.). Menciona asimismo el valor y la actualidad del gesto litúrgico de la colecta como medio necesario para compartir los bienes y ayudar a los pobres, como lo hacían los primeros cristianos (cf. ib. 90). Precisamente, el sello de la celebración de hoy del Corpus Christi es la colecta anual de Caritas; coincidencia providencial para que el ejercicio de la misericordia no sea simple limosna, sino un servicio sagrado –diaconía de la liturgia esta, lo llama San Pablo (2 Cor. 9, 12)– y por tanto, también una fuente abundante de acciones de gracias a Dios.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

Tomado de AICA

martes, 16 de junio de 2009

LA PROCESION DE CORPUS Y LA NOCHE DE LA PASION DE JESUS EN BUENOS AIRES 11,16 y 17 DE JUNIO DE 1955



Recordaba Mario Caponetto, en el blog de Cabildo, el 11 de junio, su emotiva y ferviente participación en la inolvidable procesión de Corpus Christi de aquel lejano 1955, contaba entonces, según refiere, 15 años de edad.

Su testimonio me impulsó a brindar también el mío, no porque resulte muy distinto al de tantos otros católicos que estuvieron presentes en ese fervoroso acto religioso, sino fundamentalmente porque quiero darle a este recuerdo un sentido homenaje de reconocimiento a mis padres, quienes, consecuentemente con sus convicciones religiosas y pese a mis ocho años de edad, no tuvieron temor ni reparo alguno en hacerme testigo y protagonista de una manifestación de Fe que alcanzó tanta trascendencia y significado en aquellas aciagas jornadas.

Fue así que de la mano de mi padre y de mi madre participé de aquella procesión de Corpus Christi, rezando y cantando por las calles del centro junto a la abigarrada multitud, observando con mis asombrados ojos de niño, la manifestación de Fe de un pueblo torpemente atacado en sus más sagradas convicciones, por un gobierno que en sus postrimerías no tuvo mejor ni mas nefanda ocurrencia que la de enfrentar a la Iglesia y hacerla responsable de sus propios fracasos, según el antiguo proverbio “Pluvia defit, causa christiani”.

En esos días, además de monaguillo de la Basílica del Espíritu Santo del barrio de Palermo, era alumno de 2do. grado del Colegio Guadalupe, contiguo al templo. Mi maestro era el Hermano Fermín Kranewitter, a quien divisé en un momento dado de la procesión, en medio del gentío, junto con otros sacerdotes y hermanos, también profesores de la institución, y soltándome de la mano de mi padre corrí a saludarlos, sorprendiéndolos con mi presencia .

Han quedado grabados en mi memoria algunos recuerdos de aquella emotiva jornada, simples pero llamativos para el niño que entonces era. Uno de ellos, era una especie de espejito retrovisor que algunas personas llevaban consigo, y que alzándolo sobre sus cabezas les permitía observar hacia atrás, las largas cuadras que componían la procesión.

Más tarde se dijo que habían participado de ella muchas personas que nada tenían de católicas y que más bien formaban parte de la oposición política al gobierno, incluidos militantes del Partido Comunista, lo que en cierta forma “desnaturalizaba” el significado del acto.

Yo no lo sentí así y creo que tampoco fue esa la sensación de la inmensa mayoría de los fieles, que participaron en aquél Corpus con el único propósito de dar autentico testimonio de su Fe, desafiando a las autoridades que habían renegado de sus otrora proclamadas convicciones religiosas, y de demostrar el repudio a la abierta y virulenta persecución religiosa desatada en contra de obispos, sacerdotes, laicos, instituciones y en definitiva agraviando los más sagrados sentimientos de la población.

Recuerdo también, cuando pasamos frente al Departamento Central de Policía, desde cuyas ventanas algunos observaban con curiosidad la procesión, riéndose burlonamente, y también cuando, antes de retornar a la Catedral, frente a la Casa de Gobierno –que tenía todas las ventanas y balcones cerrados- entonamos con emoción y fervor las estrofas del Himno Nacional Argentino.

Cuando retornamos a casa luego de la procesión, mi padre sintonizó la radio. El locutor del boletín de noticias informaba con temblorosa voz que “al término del acto, grupos de inadaptados habían arriado la Bandera Nacional del mástil emplazado en la explanada el Congreso Nacional, y tras proceder a su quema, habían izado la bandera de un “estado imperialista” (así lo recuerdo literalmente) -estaba aludiendo a la bandera del Vaticano- agregando que también habían arrancado del lugar placas recordatorias de Eva Perón…”

Como puede verse la mentira y la desinformación periodística como técnica de manipulación política no es novedosa en nuestra Patria.

Pero mi memoria sigue discurriendo hasta llegar al jueves 16 de Junio de 1955, una semana exacta después del Corpus, hace hoy, cincuenta y cuatro años.

Ese día había concurrido normalmente al colegio. Cerca del mediodía, los alumnos de primaria comenzamos a observar sorprendidos en los pasillos del establecimiento la presencia de algunas madres que acudían a retirar a sus hijos prácticamente hasta las puertas del aula, lo que resultaba verdaderamente insólito para la época y el espíritu de claustro que reinaba entonces en ese ámbito.

Sus rostros expresaban el temor y la angustia.

Mamá me llevó a casa, y por radio seguimos las noticias del bombardeo a Plaza de Mayo. Teníamos un aparato al que conectamos una antena improvisada para escuchar las radios de Uruguay, en particular Radio Carbe de Montevideo.

Algunos vecinos del edificio donde vivíamos, subieron a la terraza desde la cual –según dijeron- podían ver los aviones de la Marina sobrevolando la ciudad y lanzando las bombas.

Mi padre en esa época trabajaba lejos del centro de la ciudad, en el negocio de unos tíos míos, por lo que con mamá pensábamos que no correría peligro.

El 16 de Junio de 1955 fue un día gris, frío y lluvioso.

Al caer la noche mi padre regresó a casa como pudo, ya que no funcionaban los medios de transporte.

Una vez reunidos, me sentí tranquilo. Recuerdo que rezamos el Rosario con papa y mamá en acción de gracias por encontrarnos sanos y salvos, y le pedimos a la Virgen por la finalización de los enfrentamientos y por los que habían muerto o resultado heridos en esa triste jornada.

Ignoraba que falta muy poco para que comenzara, si no lo había hecho ya, el más cruento y sacrílego ataque que se haya llevado a cabo contra la Iglesia en nuestro país, a través del el vandálico saqueo, destrucción e incendio de los principales y mas tradicionales templos de la Ciudad de Buenos Aires, perpetrado por grupos de esbirros que actuaron con total impunidad frente a la actitud pasiva, cuando no complaciente, de los representantes del orden y seguridad públicas.

Como dije, yo era monaguillo de la Basílica del Espíritu Santo. Su párroco era por entonces el padre Jorge Kémerer sacerdote de la Congregación del Verbo Divino (S.V.D.) - designado al año siguiente primer Obispo de la nueva diócesis de Posadas- quien estaba al tanto de la probabilidad de un ataque al magnífico templo -primero de América- dedicado a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y elevado al rango de Basílica por SS Pío XII,- y así lo había advertido a la feligresía.

“Si se produce un ataque, presentaremos una resistencia pasiva sin emplear ningún tipo de violencia.” “Conovocaremos a la feligresía por medio del repicar de las campanas y el Espíritu Santo y la Virgen de Guadalupe –Patrona de nuestra Parroquia- serán nuestros mejores aliados para proteger su Casa.

En ese entonces el Sacristán de la Basília era el Hermano Erwino Wolf, un religioso de orígen alemán, (había nacido en Rosbach, Baviera en 1913), y destinado por la Congregación como misionero a la Argentina, donde había arribado en la década del 30.

El Hermano Erwino, no solo era el encargado del mantenimiento y de la limpieza de la Basílica a la que amaba entrañablemente (lo he visto levantar y bajar él solo, el más de un centenar de pesados bancos para limpiar los mosaicos del piso del templo, bruñir los candelabros literalmente a fuego, hasta dejarlos inmaculadamente resplandecientes, armar y desarmar en minutos los “túmulos” para las misas de réquiem, preparar cotidianamente los ornamentos para las misas, cuidando la indumentaria de cada uno de los 6 ó 7 sacerdotes que por entonces había en la comunidad, ayudarlos a revestirse, armar el magnífico y monumental pesebre en Navidad (destruído tras los vientos renovadores del Concilio), hacer repicar las campanas jalando de las sogas que pendían de sus badajos, al pie de las torres, etc. etc. sino que también era capaz de sentarse al órgano –o al modesto armonio- para acompañar los cantos durante las misas o en las bendiciones vespertinas con el Santísimo que tenían lugar después del rezo del Santo Rosario.

También era el encargado de los monaguillos, “sus” monaguillos”, a los que defendía como una leona defiende a sus cachorros cuando algún cura medio avinagrado “osaba” llamarnos la atención por alguna distracción en nuestra tarea, o cuando tropezábamos y hasta alguna vez caímos, y dimos por tierra con el Missale Romanum al pasar el pesado atril donde se apoyaba, de un lado al otro del altar, para la lectura del Evangelio… Bajo su severa pero amorosa disciplina empezábamos el “cursus honorum” del acolitado en la categoría de “floreros” -como él nos llamaba- (que tenían por única función “engalanar” las grandes celebraciones y misas de "tres padres" -como les dcecíamos- o solemnes, como lo fui a mis 6 años de edad) hasta transformarnos en consumados servidores del altar, dotados de una cuidadaso pronunciación del latín que se utilizaba en la liturgia de la misa, el cual, aunque parezca increíble, estudiábamos con mucho interés, hasta la destacada y eficiente participación en las extensas y significativas ceremonias de la Semana Santa, particularmente durante el triduo pascual, en la Navidad, en Pentecostés, etc. etc. y en las procesiones por las calles del barrio con los santos patronos secundarios de la Parroquia, San Roque y San Antonio.

El Hermano Erwino fue un verdadero padre para todos nosotros, los monaguillos de la Basílica. Un hombre rudo pero esencialmente bueno que con la ayuda de sus “bienhechores” como el los llamaba calmó el hambre material y espiritual de muchísimos chicos del barrio hijos de familias humildes, y fue ademas un activo suscitador de vocaciones.

Como no podía ser de otra manera, en los días de junio de 1955 el Hermano Erwino, fue el centinela de la Basílica del Espíritu Santo, su auténtico Angel Guardián. A él se le debe en gran medida que hoy a poco de haber cumplidos sus cien primeros años (2007) luzca incólume toda su belleza y esplendor

El asumió silenciosamente, sin que nadie o muy pocos miembros de la comunidad y de la feligresía lo supieran, la misión de vigilar las inmediaciones del Templo, erigido frente a la Plaza Güemes, (delimitada por las calles, Salguero, Mansilla y Medrano) para lo cual cada noche, desde la caída del sol, se apostaba en lo alto de la torre derecha de la Basílica a fin de dar de inmediato, ante cualquier amenaza de ataque, la voz de alarma, echando a vuelo las campañas.

Solo él supo de los sacrificios, las incomodidades, y las tensas y angustiosas vigilias que, después de todo un día de trabajo tuvo que afrontar desde tan singular atalaya.

Las guardias, que comenzaron desde que cobraron credibilidad los primeros rumores sobre la posibilidad de un ataque al templo se extendieron durante más de 40 días.

En ocasiones era acompañado por dos empleados laicos que colaboraban con él en las tareas de la sacristía y que como eran solteros vivían en la casa de la comunidad contigua al templo. Sus nombres eran Agustín y Ovidio.

Finalmente, el 16 de Junio de 1955, se produjo el temido desenlace.

El Hermano Erwino así lo relataba: “cuando faltaban pocos minutos para las 23 hs. apareció de pronto, por la calle Mansilla, una pequeña camioneta -tipo rastrojero- que en su parte posterior se encontraba ocupada por unas ocho o diez personas, las cuales bajaron rapidamente del vehículo luego de estacionarlo en la vereda de la iglesia”

Los atacantes llevaban consigo barretas de hierro, bidones presumiblemente con combustible; estaban fuera de sí, y mientras proferían gritos, insultos y blasfemias se encaminaron hacia la puerta principal, con el propósito de violentarla, para ingresar al templo y comenzar su demoníaca actividad depredadora.

El Hermano Erwino no dudó un instante. Era el momento de actuar, la ocasión para la que se había venido preparando desde hacía tanto tiempo.

“Me encomendé a Dios –relataba más tarde el Hermano- y a todos los santos del cielo y dejando mi puesto de observación me lancé escaleras abajo por el interior de la torre a fin de llegar cuando antes a las sogas de las campañas para comenzar a tirar de ellas con alma y vida.

Providencialmente esa noche lo acompañaba su ayudante de nombre Agustín.

En pocos segundos todas las campanas de la Basílica fueron echadas a vuelo, por el Hermano Erwino y por Agustín, a los que se sumaron muy pronto otros miembro de la comunidad religiosa al escuchar los primeros tañidos, y muy pronto comenzaron a sonar de manera atronadora, en la quietud de la noche…oyéndose a muchas cuadras de distancia (de lo que puedo dar fe ya que las escuche con nitidez pese a que mi domicilio distaba unas diez cuadras del templo) conmoviendo y despertando a todos los moradores del barrio….quienes repentinamente recordaron las palabras del Párroco, “si nos atacan echaremos a vuelo las campanas”

Y entonces…¡se produjo el milagro!

Al principio de a uno o de a dos, muy tímidamente, pero en seguida en numero creciente y con firme decisión, comenzaron a asomarse a la calle y luego a aproximarse al atrio de la Basílica, familias enteras, matrimonios, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, algunos en ropa de cama o a medio vestir, los cuales pese al frío de la noche, y a los trágicos acontecimientos acaecidos durante ese día, no tuvieron miedo de plantarse como mudos y a la vez firmes testigos frente a los atacantes en medio del atronador repicar de las campanas.

Los cobardes esbirros vacilaron, como aturdidos, levantaron sus ojos hacia lo alto de las torres, miraron a los feligreses que los rodeaban, se miraron entre sí, y finalmente el que parecía comandarlos se volvió sobre sus pasos y rápidamente abordó la camioneta en la que habían llegado, seguido de sus secuaces al grito de ¡A San Carlos, a San Carlos! (refiriéndose al colegio y a la Basílica de María Auxiliadora sitos a poca distancia de alli, sobre la calle Hipólito Yrigoyen)

Una oportuna llamada previno a sus defensores quienes también provocaron la huida de los sicarios que tampoco allí pudieron llevar a cabo sus sacrílegos propósitos.

¡¡¡ La Basílica del Espiritu Santo SE HABIA SALVADO !!!

Días después, al visitar, nuevamente de la mano de mis padres, las ruinas aún humeantes de los templos que habían sucumbido al odio sacrílego de los profanadores, tuve noción de la inmensa gracia y benevolencia que nos había deparado el Señor quien en sus insondables designios había permitido que mi querida Basilica del Espiritu Santo en la que al año siguiente hice mi Primera Comunión, fuese sustraída del furor destructivo, en una de las noches más tristes de los argentinos, en la noche de la Pasión de Jesús en Buenos Aires.
MIKAEL
Buenos Aires, 16 de Junio de 2009

domingo, 14 de junio de 2009

San Basilio el Grande - HOMILIA A LOS RICOS


En la festividad de San Basilio el Grande, Obispo, Confesor y Doctor ofrecemos a los lectores de MIKAEL una de sus célebres homilías



Advertencia

Por el comienzo y desarrollo de esta homilía, parece que acababan de leer el hecho que trae S. Mateo en los vers. 16-26 del capítulo XIX de su Evangelio y que traducimos a continuación para que más se aprecie el valor de esta verdadera joya oratoria:

16. Y he aquí que acercándose uno (a Jesús) le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para alcanzar la vida eterna?

17. Y él le dijo: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno, Dios. Pues si quieres alcanzar la vida, guarda los mandamientos.

18. Dícele: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: Aquello de: "'no matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no levantarás falso testimonio" 1.

19. "Honra al padre y a la madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo" 2.

20. Dícele el mancebo: Todo esto lo he guardado desde mi mocedad; ¿qué me falta aún?

21. Díjole Jesús: Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres., y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, y sígueme.

22. Así que hubo oído el joven estas palabras, se marchó contristado, porque tenía muchos bienes.

23. Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos.

24. Y os vuelvo a decir: Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos.

25. Y cuando oyeron esto los discípulos se quedaron en gran manera pasmados, diciendo: ¿Pues quién puede salvarse?

26. Más mirándoles Jesús les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero todo es posible para Dios.

1. Exod, XX, 13-17 y 12. 2. Lev. XIX, 18

El joven rico

No hace mucho que se nos habló de este joven 1, y el que escuchó con atención se acordará bien de lo que entonces se dijo. Y lo primero, que no es el mismo que aquel perito en la ley de quien hace mención San Lucas 2. Aquel era un tentador, que hacía preguntas fingidas; mas este preguntaba con recta intención, aunque no escuchó con docilidad. Porque si hubiese preguntado por desprecio, no hubiese marchado triste con la respuesta del Señor. Por eso su carácter se nos presentaba como una mezcla, pues la escritura nos la muestra laudable en parte, y en parte desgraciadísimo y completamente desahuciado.

Porque el conocer al que de veras es maestro y el dar este nombre al único y verdadero, despreciando la soberbia de los fariseos, la opinión de los juriconsultos y la turba de los escribas, esto era lo que se alababa. Y se aprobó también el que manifestase aquella solicitud por saber cómo alcanzaría la vida eterna. Pero el no haber grabado en su corazón los saludables consejos que escuchó de labios del verdadero maestro, el no haberlos puesto por obra, sino el que cegado por la pasión de la avaricia huyese triste; nos descubre toda su voluntad, no deseosa de seguir lo más provechoso, sino lo que a todos es más agradable.

Esto prueba la inconstancia de su carácter y lo inconsecuente que era consigo mismo. ¿Le llamas maestro, y no haces lo que debe hacer un discípulo? ¿Confiesas que es bueno, y rechazas lo que te da? Porque el que es bueno, es a la vez comunicador de bienes. Le preguntas sobre la vida eterna, y muestras estar dado enteramente a los deleites de la vida presente. Mas, ¿qué consejo impracticable o pesado, o intolerable te propuso el Maestro? "Vende lo que tienes y dáselo a los pobres"1. Si te hubiera propuesto los trabajos de la agricultura, o los peligros del comercio, o cualquier otra molestia de las que acompañan a los que andan tras el dinero, se comprende que, llevando a mal el consejo, te retirases triste: pero si por un camino tan fácil, que no te había de costar trabajo o sudor alguno, promete hacerte heredero de la vida eterna, ¿por qué no te alegras de la facilidad de alcanzar tu salvación? ¿Por qué se apena tu corazón y te retiras triste, y te haces inútiles los trabajos que ya habías llevado a cabo? Porque si, como dices, ni has matado, ni has cometido adulterio, ni has hurtado, ni has levantado falso testimonio a nadie, haces infructuosa la diligencia que has puesto en observar esto, pues no quieres también cumplir lo demás, sólo con lo cual podrás entrar en el reino de Dios. Si el médico prometiese restituirte aquellos miembros que o por la naturaleza, o por alguna enfermedad tenías mutilados; no oirías esto con tristeza: y porque el gran médico de las almas quiere perfeccionarte a ti despojado de los principales bienes, no recibes el beneficio sino que lloras y te pones triste.

No lo has guardado todo

Manifiestamente, lejos estás de aquel precepto que manda amar a tu prójimo como a ti mismo 2 y falsamente atestiguas haberla guardado. Porque, mira, este mandamiento del Señor prueba que tú eres completamente ajeno a la verdadera caridad. Porque si era verdad lo que afirmaste, que habías cumplido desde tu juventud con el precepto de la caridad, y que habías dado a los demás lo que a ti mismo ¿de dónde, dime, te ha venido esta abundancia de riquezas? Pues el cuidado de los necesitados gasta las riquezas; pues cada uno ha de recibir un poco según su necesidad; y todos han de repartir igualmente sus bienes y gastarlos entre los pobres.

Por eso el que ama al prójimo como a sí mismo, no posee más que su prójimo. Pero tú te presentas con muchas riquezas. ¿De dónde pues, te han venido sino de que has pospuesto a tus comodidades, el bienestar de muchos? De manera que cuanto más abundas en riquezas, tanto menor es tu caridad. Que si hubieses amado a tu prójimo, sin duda hubieras repartido con él tu dinero. Mas ahora tienes pegadas a ti las riquezas más estrechamente que los miembros del cuerpo, y cuando se separan de ti te duele lo mismo que si te cortasen la parte más principal de él. Si hubieras vestido al desnudo, si hubieras dado tu pan al hambriento, si hubieras abierto tus puertas al peregrino, si te hubieras hecho padre de los huérfanos, si te hubieras compadecido del enfermo, ¿qué riquezas, dime, te costaría dejar? ¿Cómo habías de llevar a mal, dejar lo que te quedaba, si ya antes habías procurado distribuirlo a los necesitados?

Además, a ninguno le cuesta dar su dinero en las ferias cuando por él se provee de otras cosas necesarias; y cuando por poco dinero se hace con alguna cosa de mucha estima, se alegra porque ha negociado con felicidad; y ¿tú te entristeces porque das oro y plata y riquezas; es decir, piedra y polvo, para poseer la vida eterna?

¿En qué emplearás las riquezas?

Mas ¿en qué emplearás la riqueza? ¿Te vestirás con precioso traje? Bástate una túnica de dos codos, y un solo manto puede satisfacer la necesidad de vestidos. ¿Gastarás tus riquezas en comidas? Un solo pan basta para saciar el vientre. Pues ¿por qué te entristeces? ¿Qué es lo que pierdes? ¿La gloria que nace de las riquezas? Si no buscases la gloria terrena, encontrarías la verdadera y resplandeciente gloria que te condujera al reino de los cielos. Pero el mismo poseer las riquezas es cosa deleitosa, aunque ningún provecho resulte de ella. Mas todos sabéis que el deseo de las cosas inútiles es irracional.

Te parecerá increíble lo que voy a decir, y es más cierto que cualquier otra cosa. La riqueza, repartida de la manera que el Señor manda, suele durar; retenida, pasa a manos de otro. Si la guardas, no la poseerás; si la repartes, no la perderás. Porque, "La distribuyó, se la dio a los pobres; su justicia permanecerá para siempre" 4. Pero la mayor parte de los hombres apetecen la riqueza, no por los vestidos o alimentos, sino que ha discurrido el diablo el artificio de sugerir a los ricos mil ocasiones de gastar su dinero, hasta el punto de procurarse como necesario lo superfluo y lo inútil, y de no bastarle nada para los gastos que tienen premeditados. Dividen su riqueza para la necesidad presente y para la que vendrá; y separan una parte para ellos, y otra para sus hijos. Después dividenla también para diversas ocasiones que tengan de gastar. Escucha las cosas a que las destinan: Este dinero, dicen, usémoslo; este otro quede escondido. Lo destinado a nuestros usos, traspase los límites de la necesidad: esto gástese en la opulencia doméstica, aquello sirva para el fausto exterior; esto suministre gastos en abundancia al que tenga que hacer un viaje, aquello proporcione al que quede en casa una vida opípara y fastuosa; de suerte que me admiro de los gastos inútiles en que se piensa. Poseen innumerables carrozas: unas conducen los equipajes; otras, cubiertas de bronce y plata, les conducen a ellos mismos. Numerosos caballos, cuya raza se aprecia por la nobleza de los padres, como se hace entre los hombres. Unos llevan a estos voluptuosos a través de la ciudad, otros prestan sus servicios en la casa, otros en los viajes. Los frenos, los correajes, los collares: todo de plata, todo adornado con oro. Mantos de púrpura adornan a los caballos como a unos esposos; muchedumbre de mulos de distinto color: sus aurigas se suceden unos a otros, caminando unos delante, otros detrás. El número de los demás sirvientes es infinito y suficiente para toda clase de ostentación: mayordomos, despenseros, agricultores, peritos en todas las artes, tanto en las necesarias como en las deleitables y voluptuosas; cocineros, panaderos, coperos, cazadores, escultores, pintores, operarios de toda clase de placer. Manadas de camellos, unos para llevar cargas, otros para que anden por las selvas; multitud de caballos y de bueyes, rebaños de ovejas y de puercos; sus respectivos pastores; campos que no sólo basten para alimentar a todos estos, sino que aumenten aún con sus cosechas las riquezas; balneario en la ciudad; balneario en el campo; casas que brillan con mármoles de toda clase: unos de piedra frigias, otros de incrustaciones lacónicas o tesálicas; y de estas casas, unas calientan en invierno, otras refrescan en el verano. El pavimento adornado con variedad de piedrecitas; el oro reviste la techumbre. Los trozos de pared en que no hay incrustaciones, están adornados con flores pintadas.

Y, cuando distribuidas las riquezas en mil usos, sobran todavía: entonces las entierran y las guardan en sitios escondidos. - No sabemos lo que ha de suceder; a lo mejor nos sobrevienen necesidades inesperadas-. Tampoco sabes si has de necesitar el oro enterrado: lo que sabes como cierto es el castigo que merecen las costumbres inhumanas. Después que no puedes gastar el oro en un sin número de invenciones, lo ocultas debajo de la tierra. Locura increíble: cavar la tierra cuando el oro estaba en las minas; y volverlo a esconder en la tierra después de haberlo descubierto. Seas quien fueres el que entierras las riquezas; con ellas entierras tu corazón. Porque "donde está tu tesoro, dice la Escritura, allí está también tu corazón" 5. Por eso los mandamientos entristecen su corazón, porque les parece intolerable la vida, si no la emplean en gastos inútiles. Y lo que le sucede a este joven, sucede a los que le imitan; me parece semejante a lo que sucedería a un viajero que, arrastrado por el deseo de ver una ciudad, se dirigiese a ella apresuradamente; pero que, deteniéndose en las primeras hosterías de junto a la muralla, se abstuviese por la pereza de moverse un poco más, e hiciese inútil el trabajo que se había impuesto, privándose de ver las bellezas de la ciudad. Tales son los que quieren cumplir los demás mandamientos sin desprenderse de sus riquezas.

A no pocos he conocido yo que ayunaban, que oraban, que gemían, que ejercitaban toda clase de piedad que no exige gasto alguno; pero que ni un óbolo daban a los pobres. ¿Qué les aprovecha a estos el ejercicio de las demás virtudes? Porque no les ha de recibir el reino de los cielos: pues "más fácil es, dice, que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos" 6. Tan terminante es la sentencia, infalible el que la dice, pero raros los que la practican. -Mas, ¿cómo viviremos, me decís, si lo dejamos todo?- ¿Qué especie de vida habrá, si todos venden lo que tienen y se quedan sin más?- No me preguntéis cómo se entienden las órdenes establecidas. Sabe el legislador harmonizar lo imposible con la Ley. Tu corazón se pesa como en una balanza, para ver si se inclina a la verdadera vida o a las delicias presentes.

Sed ricos, pero generosos con los pobres

Conviene que ponderen los prudentes que el uso de las riquezas se les ha concedido para que sean los repartidores de ellas, no para gozar: deben alegrarse cuando se desprenden de ellas, como el que deja lo ajeno, y no llevarlo a mal como si perdiesen una cosa suya. ¿Por qué te afliges? ¿Por qué se exacerba tu corazón cuando oyes: "Vende lo que tienes?" Si hubieran de acompañarte tus bienes a la vida futura, ni aún así los habías de desear con tanto afán; pues los obscurecerán aquellos premios de allí; pero habiéndoles de dejar necesariamente aquí, ¿por qué no sacamos de ellos la ganancia que se nos promete si los vendemos? Mas tú cuando das oro y compras un caballo, no te entristeces; ¿y cuando se trata de dar estas cosas perecederas para recibir por ellas el reino de los cielos, derramas lágrimas, rechazas al que te las pide y rehusas darlas inventando mil causas para tus gastos?

¿Qué vas a responder al juez, tú que vistes a las paredes, y no vistes al hombre; que adornas a los caballos, y desprecias a tu hermano cubierto de harapos; que dejas que se pudra el trigo, y no alimentas a los hambrientos; que entierras el oro, y abandonas al oprimido? Y si te acompaña una esposa que también sea amante de las riquezas, la enfermedad se duplica: porque da más pábulo a las comodidades, aumenta el ansia de placeres y excita el aguijón de los caprichos vanos, pensando en hacerse con piedras preciosas, margaritas, esmeraldas y jacintos; forjando y entretejiendo oro; y aumentando la enfermedad con toda clase de vanidades.

Y no se cuidan de esto alguna que otra vez, sino que de día y de noche están pensando en lo mismo. Y son innumerables los aduladores que van en pos, al servicio de sus apetitos: llaman a tintoreros, a cinceladores en oro, a perfumistas, a tejedores, a bordadores. Y no le dejan a uno ni tiempo para respirar, por los continuos encargos que le dan. No hay riquezas que puedan satisfacer los caprichos de una mujer, ni aun cuando corriesen por los ríos: pues compran el ungüento que viene del extranjero lo mismo que si fuese aceite de la plaza. Añádanse a esto las flores marítimas, la púrpura, las plumas de ave, y la lana más abundante que la de las ovejas. El oro ensartando piedras de inmenso precio adorna sus frentes y sus cuellos, está incrustado en sus cinturones, y ata sus manos y sus pies; porque las mujeres avaras de oro, se gozan de atarse con esposas, con tal que sea de oro lo que las ata. Pues ¿cuando cuidará de su alma el que está al cuidado de los caprichos de una mujer? Así como los turbiones y las tempestades hunden los navíos que están podridos, así también las perversas inclinaciones de las mujeres, sumergen las almas débiles de sus esposos. Pues distribuyéndose entre el marido y la mujer las riquezas en tantos usos, venciéndose mutuamente en la invención de nuevas vanidades, no es extraño que ninguna oportunidad tengan de mirar por los extraños. Si oyes: "Vende lo que tienes, y dalo a los pobres" para que tengas provisión durante el viaje a la felicidad eterna, te marchas triste; pero si oyes: da dinero a las mujeres derrochadoras, dáselo a los cinceladores, a los escultores, a los que trabajan en piedras, a los pintores; entonces te alegras como si con tu dinero alcanzaras cosa más preciosa. ¿No ves estas murallas derruidas por la acción del tiempo, cuyos restos se levantan como escollos alrededor de toda la ciudad?

¡Cuántos pobres había en la ciudad cuando se construyeron, quienes por trabajar en ellas eran despreciados por los ricos de entonces! Y ¿dónde está el espléndido aparato de las obras? ¿Dónde, aquél tan alabado por la magnificencia de estas cosas? (*). ¿No han desaparecido y venido los muros a tierra lo mismo que los que hacen los niños con arena: mientras que está en el infierno aquel a quien ahora le pesará del empeño que puso en cosas vanas? Ensancha tu corazón: los muros grandes o pequeños cubren la misma necesidad. Cuando entro en la casa de un hombre vanidoso y que hasta el fin de su vida no acaba de enriquecerse, y veo su morada brillar con toda clase de adornos; veo que para él no hay cosa más estimable que lo visible, pues hermosea las cosas inanimadas y tiene sin adornar su alma. Dime, ¿qué utilidad mayor te proporcionan los lechos de plata, las mesas de plata, los asientos y sillas de marfil, si por usar tales cosas no llegan las riquezas a los pobres que se agolpan a tus puertas, lanzando toda clase de gemidos dignos de toda compasión? Y tú les niegas la limosna y dices que no puedes socorrer a los pordioseros. Juras con tu lengua que no puedes, pero tu mano te contradice; porque aunque ella calle, pregona tu mentira el anillo que brilla a vista de todos. ¿A cuántos puedes sacar de sus deudas con un solo de tus anillos? ¿Cuántas casas puedes levantar que están en ruinas? Una sola arca de aquellas en que guardas tus vestidos, basta para vestir a todo el pueblo, que está aterido de frío; y, sin embargo, sufres que el pobre se vaya sin nada, sin temer el justo castigo del juez. No te compadeciste, no se te compadecerá; no abriste tu casa, se te cerrará el reino de los cielos; no diste pan, no recibirás la vida eterna.

La sed de riquezas es insaciable

Pero te llamas pobre a ti mismo; convengo contigo en ello, porque pobre es el que necesita muchas cosas. Mas a vosotros os hace necesitar muchas cosas vuestra insaciable avaricia. Te esfuerzas por amontonar diez talentos encima de otros diez: reunidos veinte, apeteces otros tantos, y lo que vas amontonando no satisfacen tu avaricia, sino que la enciende.
Como para los ebrios el tener junto a sí vino es ocasión para beber, así los que acaban de hacerse ricos después de adquirir muchas cosas desean aún más, alimentando su enfermedad a la vez que amontonan y produciéndoles sus ansias un efecto contrario al que ellos buscan. Porque no les alegran tanto los bienes presentes, con ser tan abundantes, cuanto les entristecen los que les faltan, o mejor dicho, los que ellos creen que les faltan; de suerte que siempre está su ánimo preocupado, luchando por adquirir más. Cuando habían de alegrarse y estar en paz por ser más ricos que muchos, se amargan y se entristecen de que haya alguno que otro más rico que les supere. Cuando alcanzan a uno de estos ricos enseguida se esfuerzan por igualar a otro que lo es más; y cuando alcanzan también a este pasan su emulación a otro. Como los que suben una escalera tienen siempre un pie levantado para ponerle sobre el banzo que sigue y no se detienen hasta que llegan al último; así estos no cesan de apetecer el poder hasta que, subidos a lo alto, se estrellan desde lo más alto de la desgracia. Al ave seléucida (*) la hizo el Criador del universo insaciable para bien de los hombres; pero tú haces insaciable tu corazón para mal de muchos.

Cuanto ve la vista, tanto apetece el avaro. "No se saciará el ojo viendo" 7, ni se saciará el avaro recibido. "El infierno nunca dijo basta" 8 ni el avaro dijo jamás basta. ¿Cuándo vas a usar de las cosas presentes? ¿Cuándo gozarás de ellas, si siempre te detiene el trabajo de adquirir más? "¡Ay de los que añaden a una casa otra casa, y juntan un campo con otro campo para quitar algo a su prójimo!" 9 ¿Qué es lo que tú haces? ¿No das mil excusas para despojar a tu prójimo? Me hace sombra la casa del vecino, es un alborotador, alberga a los vagabundos; y trayendo otros pretextos, exagerándolos y pregonándolos, revolviéndolos siempre y molestando, no para hasta obligarle a irse a otro sitio. ¿Qué fue lo que mató al israelita Nabután? ¿No fue la avaricia de Acab que apetecía su viña? 10.

El avaro es mal vecino en la ciudad, mal vecino en el campo. Conoce el mar sus términos; respeta la noche los límites que tanto tiempo ha le fueron señalados; pero el avaro no respeta el tiempo, no conoce el término, no cede al orden de sucesión, imita la violencia del fuego; todo lo invade, todo lo devora. Y como los ríos nacidos de un pequeño principio crecen de una manera increíble con los afluentes que poco a poco se les juntan, y arrastran en su violenta corriente todo lo que encuentran a su paso; así también los avaros cuando suben a gran poder, después que han recibido mayor fuerza para hacer injusticias de aquellos a quienes ya han dominado, reducen a la esclavitud a los demás, viniendo a aumentar el número de los antes injuriados; y el aumento de poder es para ellos ocasión de mayor maldad. Porque los primeros que recibieron el daño ayudándoles contra su voluntad, infieren también a otros, perjuicios y agravios. Porque ¿a qué vecino, a qué doméstico, a quién que tenga trato con ellos no atraen?

Nada resiste a la fuerza de las riquezas; todo cede ante la tiranía; ante el poder todo se estremece: pues cada uno de los que han sido injuriados, más cuenta tiene con que no le venga algo peor, que de vengarse de lo que ha padecido. Conduce las yuntas de bueyes, ara, siembra, recoge la cosecha que no le pertenece. Si te opones, vienen las heridas; si te quejas, eres reo, porque injuriaste; serás contado entre los esclavos, habitará la cárcel: preparados están los calumniadores para poner en peligro tu vida. Te tendrás por bien librado si, dando algo más, te ves libre de estas molestias.

Quisiera que respirases un poco de la injusticia de estas obras y se aquietasen tus pensamientos, para que ponderaras a donde va a parar el deseo de estas cosas. Tienes tantas yugadas de tierra arable: otras tantas de tierra para plantar árboles: montes, campos, selvas, ríos, prados. Y después de esto ¿qué? ¿No te esperan sólo tres codos de tierra? ¿No bastará para guardar tu cuerpo miserable, el peso de unas pocas piedras? ¿Para qué trabajas? ¿Por qué obras perversamente? ¿Por qué recoges con tus manos cosas infructuosas? Y ojalá fueran infructuosas, y no materia para el fuego eterno. ¿No despertarás de esta embriaguez? ¿No recobras tus sentidos? ¿No vuelves en ti? ¿No pondrás delante de tus ojos el juicio de Cristo?

¿Qué responderás el día del juicio?

¿Qué excusa vas a traer cuando aquellos a quienes has injuriado te rodeen y griten contra ti delante del juez eterno? ¿Qué harás? ¿qué abogados llevarás? ¿Qué testigos sacarás? ¿Cómo sobornarás al juez a quien con ningún artificio se le puede engañar? No hay allí oradores, no hay allí palabras persuasivas que puedan echar por tierra la verdad del juez. No te acompañan los aduladores, ni las riquezas, ni el fausto de la dignidad; abandonado de los amigos, abandonado de los protectores, sin patrocinio, sin defensa, te encontrarás cubierto de vergüenza, triste, cabizbajo, solo, sin libertad y sin confianza para hablar. A donde quiera que vuelvas los ojos, encontrarás argumentos claros y patentes de tus crímenes: por un lado las lágrimas del huérfano, por otro los gemidos de la viuda, de otra parte los mendigos abofeteados por tu misma mano, los esclavos que mataste, los vecinos a quienes provocaste a ira: todo se levantará contra ti: te rodeará la multitud perversa de tus malas obras. Porque, como sigue la sombra al cuerpo, acompañan a las almas los pecados, reflejando claramente las obras.

Por eso allí no vale negar: cerrará su boca aún el más desvergonzado. Las mismas obras de cada uno, sin hablar, pero apareciendo tales cuales nosotros las hicimos, harán de testigos. ¿Cómo podré poner delante de tus ojos aquellas cosas terribles? Si es que por ventura oyes, si te conmueves, acuérdate de aquel día en el cual "se revelará la ira de Dios desde el cielo" 11; acuérdate de la gloriosa venida de Cristo, cuando "los que hayan obrado bien se levantarán a la resurrección de la vida, y los que mal, a la resurrección del juicio" 12. Entonces será la vergüenza eterna para los pecadores "y la emulación del fuego que ha de devorar a los enemigos" 13. Cáusete esto tristeza; no te moleste el precepto. ¿Cómo te lloraré? ¿Qué diré? ¿No deseas el reino de los cielos? ¿No temes el infierno? ¿Dónde encontraré la salud para tu alma? Porque si no te horrorizan los tormentos, si no te estimula el premio, estoy hablando a un corazón de piedra.

Inutilidad de las riquezas

Mira, hombre, la naturaleza de las riquezas. ¿Por qué admiras tanto el oro? Piedra es el oro, piedra la plata, piedra la margarita, piedra cada una de las piedras: el crisólito, el berilo, el ágata, el jacinto, la amatista, el jaspe. Y estas son la flor de las riquezas; de las cuales tú, unas las guardas y escondes, ocultando en la obscuridad del resplandor de las piedras, y otras las llevas contigo gloriándote del brillo de estas cosas preciosas.

Dime, ¿de qué te sirve ceñir tu mano con piedras resplandecientes? ¿No te avergüenzas de desear las piedras, como las mujeres embarazadas? Porque estas las devoran, y tú hasta tal punto apeteces la preciosidad de las piedras, que anhelas con ansia las de sardonio, las de jaspe y las amatistas. ¿Cuál de estas que más adornan los vestidos te pudo añadir un día más de vida? ¿A quien perdonó la muerte, porque fuese rico? ¿De quién huyó la enfermedad, por sus riquezas? ¿Hasta cuándo va a estar siendo el oro lazo de las almas, anzuelo de la muerte, astucia del pecado? ¿Hasta cuándo van a ser las riquezas causa de la guerra; por la cual se templan las armas y se aguzan las espadas?

Daños que traen las riquezas

Por las riquezas desconocen los parientes la naturaleza; los hermanos se miran con ojos criminales; por la riqueza alimentan los desiertos a los homicidas, el mar a los piratas, las ciudades a los sicofantas. ¿Quién es el padre de la mentira? ¿Quién el urdidor de falsas acusaciones? ¿Quién engendra el perjuro? ¿No es la riqueza? ¿No es la pasión por el oro? ¿Qué es lo que hacéis, hombre? ¿Quién ha convertido en lazos contra vosotros lo que es vuestro? Es auxilio para vivir. Que no han sido dadas las riquezas como incentivos para el mal. Son redención del alma: no ocasión de perdición. -Pero es necesaria la riqueza por los hijos-. Este es un especioso pretexto de la avaricia; porque os escudáis con vuestros hijos, y entretanto satisfacéis vuestro corazón. No pongáis por excusa a un inocente: tiene señor propio, y propio conservador: de otro recibió la vida; de ese mismo espera los auxilios de la vida. ¿Acaso los Evangelios no se han escrito para los casados? "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" 14. Cuando pediste al Señor una prole numerosa, cuando le rogaste que te hiciese padre de muchos hijos; ¿añadiste por ventura: "Dame hijos para violar los mandamientos; dame descendencia para no entrar en el reino de los cielos"? Además, ¿quién será responsable de la voluntad del hijo, de que ha de usar convenientemente de lo que le entreguen? Porque la riqueza es para muchos medio para la deshonestidad. ¿No has oído al Eclesiastés que dice: "Vi una grave enfermedad: las riquezas que para él guardaban, para su mal?" 15. Y en otra parte: "Lo dejo a mi sucesor, y ¿quién sabe si será sabio o necio?" 16. Mira, pues, no sea que habiendo amontonado con tantos sudores la riqueza, dispongas para otros materia de pecado y después seas atormentado con doble pena por las iniquidades que tú hiciste, y por las que hizo el otro ayudado por ti. ¿No es más pariente tuya tu alma que todos tus hijos? ¿No está unida a ti más estrechamente que todo lo demás? Pues es la primera, dala la principal parte de tu herencia, proporciónala socorro abundante para que viva, y reparte después la herencia entre los hijos. Muchas veces, hijos que nada recibieron de sus padres, se hicieron con casa: mas si una vez desprecias tu alma, ¿quién tendrá compasión de ella?

Esto lo he dicho para los padres. Los que no tienen hijos ¿qué buena excusa nos traen de su tacañería? -No vendo lo que tengo no se lo doy a los pobres, por los necesarios usos de la vida-. Luego el Señor no es tu maestro, ni rige tu vida el Evangelio: sino que tú te das la ley a ti mismo. Mira el peligro a que te expones, si así raciocinas. Porque si el Señor nos mandó esto como cosa necesaria, y tú lo rechazas como imposible, ninguna otra cosa haces sino decir que eres más prudente que el legislador. Pero dices: después que haya gozado de las riquezas durante toda mi vida, haré herederos de ellas a los pobres, y en las tablas públicas y en mi testamento, les declararé señores de ellas. Cuando no estarás entre los hombres, ¿entonces te harás humanitario? Cuando te vea muerto, ¿te llamaré amante de tu hermano? Se deberán muchas gracias a tu munificencia, porque estando tendido en el sepulcro y convertido en tierra, fuiste por fin liberal y magnánimo en tus gastos.

Si no lo haces ahora no lo harás cuando mueras

Dime, ¿de qué tiempo vas a pedir premio, del que viviste, o del que siguió a la muerte? Mas el tiempo que viviste lo pasaste dado a los deleites de la vida, y no tolerabas la vista de un pobre. Y después de muerto ¿qué hiciste? ¿a qué obras se debe el premio? Muestra tus obras y pide la recompensa. Ninguno hace negocio acabadas ya las ferias; ni es coronado el que se acerca después de la lucha; ni se adquiere la fama de valiente después de terminada la guerra. Pues tampoco después de la vida hay ocasión de ejercitar la caridad. Prometes ser bienhechor con la tinta, y con las tablas. ¿Quién te anunciará la hora de tu partida? ¿Quién te responderá de la manera que has de morir? ¡Cuántos han sido arrebatados por una repentina desgracia, sin que ni siquiera pudiesen pronunciar una palabra? ¡A cuántos les ha faltado el sentido por la fiebre! ¿A qué aguardas, pues; a esa hora en la que probablemente no serás dueño de ti? Cuanto todo será obscura noche, en la pesadez de la enfermedad y el desamparo de todos; y preparado el que acecha tu hacienda; ordenándolo todo a favor suyo y haciendo mudas tus determinaciones. Entonces, volviendo a una y otra parte los ojos y viendo la soledad que te rodea, conocerás por fin tu locura. Llorarás entonces tu necedad en haber diferido el cumplimiento del precepto para aquel instante, cuando tu lengua atada y tu mano trémula por el estertor no pueden revelar tus deseos ni por palabras ni por escrito. Y aunque todo estuviese escrito con claridad y tu voz lo pregonase a todo el mundo, una sola letra interpuesta, puede trastocar tu determinación: un sello falso, dos o tres perversos testigos, pondrán tu hacienda en manos de otros.

Pues ¿por qué te engañas a ti mismo usando ahora tus riquezas para los goces de la carne, y prometiendo para más adelante lo que no estará en tu poder? Depravada determinación, como queda, aclarado por lo dicho. -Vivo, gozaré de las delicias; muerto, cumpliré con el precepto-. Te dirá Abraham: "Recibiste tus bienes en tu vida" 17. No cabe por el camino angosto y estrecho, si no dejas la mole de las riquezas. Saliste cargado con ellas, pues no las arrojaste como se te ordenó. Mientras viviste, te preferiste al precepto; muerto y podrido, antepusiste el precepto a los enemigos. Porque para que no reciba nada fulano, dices, que lo reciba el Señor. Y esto ¿cómo lo llamaremos? ¿venganza de tus enemigos o amor al prójimo? Lee tu testamento. -Quisiera aún vivir y gozar de mis bienes-. Gracias, pues, a la muerte, no a ti. Porque si fueses inmortal, no te habrías acordado de los mandamientos.

De Dios nadie se burla

"No os equivoquéis; de Dios nadie se burla" 18. No se presenta al altar cosa muerta: trae una víctima viva: No se admite al que ofrece de lo que le sobra. Y tú ofreces al bienhechor que te lo dio, lo que te ha sobrado de toda tu vida. Si no te atreves a dar las sobras de tu mesa a unos huéspedes ilustres y nobles, ¿cómo quieres que Dios se aplaque con las sobras de tu vida? Ved, ricos, el fin a donde lleva la avaricia, y dejad de amar las riquezas. Cuanto más ames las riquezas, menos debes dejar de lo que posees. Tórnalo todo para ti, llévalo todo, no dejes tus riquezas a los extraños. Tal vez ni te enterrarán tus domésticos con ornato fúnebre; sino que te negarán las exequias, deseosos de agradar a tus herederos. Tal vez se volverán entonces sus lenguas contra ti. -Es una necedad, dirán, adornar a un muerto y enterrar con mucho gasto a uno que ya nada siente-. ¿No es mejor que los que quedamos nos adornemos con sus magníficos y espléndidos vestidos y no dejarlos que se pudran a la vez con el cadáver?

¿Qué sacamos con levantar un suntuoso monumento y hacer una elegante sepultura y un gasto inútil? Mejor será emplear todo esto en los usos de la vida. -Esto dirán, y se vengarán de tu severidad ; y entregarán tus bienes a tus sucesores-.Hazte por lo tanto a ti mismo las honras fúnebres. Hermosa sepultura es la piedad. Marcha vestido con todas tus cosas; haz de tus riquezas un adorno propio; tenlas contigo. Cree al buen consejero que te ama, Cristo, que se hizo pobre por nosotros, para que nos enriqueciésemos con su pobreza 19; que se entregó a sí mismo por precio de nuestra redención 20. Obedezcámosle como a sabio y conocedor de lo que nos conviene, sufrámosle como a amador nuestro, seámosle agradecidos como a bienhechor. Sigamos sin vacilar lo que se nos ha mandado, para que seamos herederos de la eterna vida, que está en Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1. Mat. XIX, 16.
2. Matth. XIX, 21.
3. Matth. XIX, 19-20.
4. Psal. CXI, 9.
5. Mat. VI, 21.
6. Luc. XVIII, 25.
(*) Parece referirse aquí San Basilio a Tiberio; quien, en el año 18, convirtió la Capadocia en provincia romana e hizo de Cesárea su capital.
7. Eccl. I, 8.
8. Prov. XXVII, 20.
9. Isa. V, 8.
10. III. Reg. XXI.(*) Es una especie de tordo de gran tamaño, que se mantiene de langostas y otros insectos: llámase en algunas regiones zorzal.
11. Roman. I, 18.
12. Joan., V, 29.
13. Hebr. X, 27.
14. Math. XIX, 21.
15. Eccl. V, 12.
16. Eccl. II, 18 y 19.
17. Luc. XVI, 25.
18. Gal. VI, 7.
19. II Cor. VIII, 9.
20.1 Tim. lI, 6.