domingo, 24 de mayo de 2009

25 de Mayo de 1810


El 25 de Mayo de 1810 es una fecha gloriosa, uno de los grandes momentos de la historia de Hispanoamérica, porque fue, esencial y profundamente, afirmación de la fidelidad de sus hijos a su propio ser; a su estirpe y a su fe. Alienta en sus más íntimas entrañas un poderoso sentido americanista. Nada hubo en ella de subalterno. Nadie aspiró a crear naciones sino a fortalecer un gran imperio español-americano que, frente a la usurpación material y espiritual del Bonapartismo, constituyera un antemural inexpugnable para los enemigos de nuestra cultura, de nuestra religión, de nuestro hispanoamericano sentido de vida. El proceso de la historia no permitió que lo verdaderamente trascendental de la Revolución de Mayo pudiera realizarse. Hispanoamérica se atomizó movida por fuerzas extrañas al espíritu y a los propósitos de los hombres de 1810, pero en la misma proporción que en cada una de las naciones en que se dividiera, superadas ya las contingencias de la guerra de la independencia, se forja una conciencia histórica apoyada en un conocimiento del pasado que rebalsa y repele las deformaciones oportunistas, surge cada día más potente el auténtico ideal de Mayo, o sea la americanidad; pasando por encima de las expresiones nacionalistas nobilísimas como expresión sentimental, pero dañosas por su acción disgregante del destino de la Hispanoamérica de los sueños de San Martín y de Bolívar.

Mayo de 1810 expresa un momento en que los hispanoamericanos se disponen a una lucha por la libertad y la lealtad. La profunda raíz tradicionalista que anida en su seno rechaza las añadiduras que pretenden restarle autenticidad espiritual, para hacer de ese hecho una simple expresión de plagio de formas y fórmulas metecas. Plagios que vinieron más tarde a ensombrecer la claridad meridiana que ilumina a América en 1810, desde los focos de Caracas y Buenos Aires. Recuperar la verdad de la magna fecha equivale a volver a vivir el pasado, reactualizado, recreado en un presente que con ello adquiere consistencia propia. Comprender la historia equivale a resucitarla, y frente a los que en el momento que escribimos, a los ciento cincuenta años de aquella fecha, se recrean homenajeando al pasado como si fuera un conjunto de cadáveres, proclamamos la exigencia de vivir su verdad, comprenderla para revitalizarla y seguir la ruta que señalara gloriosamente: libertad y lealtad. El sentido de la libertad cristiana que trajeron a estas tierras los hombres de España, y el sentido de la lealtad a las esencias del propio ser, sin la cual no hay ninguna posibilidad de convivencia humana que posea el derecho divino de hacer actuar las facultades creadoras de un pueblo. (Vicente D. Sierra “Historia de la Argentina” Tomo IV)

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