Gregorio nació en Arianzo, cerca de Nacianzo, en el suroeste de Capadocia (hoy Turquía) Sus padres, de buena posición económica se llamaban Gregorio y Nonna.
En el año 325 su padre se convirtió al cristianismo gracias a su esposa Nonna. Luego fue consagrado obispo de Nacianzo en 328 o 329.
El joven Gregorio y su hermano, Cesario, estudiaron primero en casa con su tío, san Anfilocio. Luego, Gregorio marchó a estudiar filosofía y retórica avanzada en Nacianzo, Cesarea, Alejandría y Atenas.
Estando en Atenas trabó una fuerte amistad con su compañero de estudios Basilio de Cesarea y también conoció a Juliano, que posteriormente se convertiría en el emperador conocido como Juliano el Apóstata.
Al acabar su educación enseñó retórica en Atenas durante un breve período de tiempo.
Sacerdocio
En el año 357 regresa a Nacianzo, bautizándose en el 360, y en 361 fue ordenado presbítero por su padre, quien quería que le ayudase en la atención de la comunidad cristiana local.
El joven Gregorio, que había considerado la posibilidad del monacato, se resintió fuertemente por la decisión de su padre. Después de dejar su casa, tras unos pocos días, se encontró con su amigo Basilio en Annesoi, donde los dos vivieron como ascetas.
Sin embargo, Basilio lo convenció para que volviera a ayudar a su padre, lo que hizo durante el año siguiente. Al llegar a Nacianzo, Gregorio se encontró con que la comunidad cristiana local estaba dividida por diferencias teológicas y su padre acusado de herejía por los monjes locales.
Gregorio ayuda a sanar las divisiones, se ordena sacerdote y permanece durante diez años en el lugar.
Para entonces, el emperador Juliano se había declarado públicamente opuesto al cristianismo. En respuesta al rechazo del emperador a la fe cristiana, Gregorio compuso sus Invectivas contra Juliano entre 362 y 363.
En ellas, desdeñando la moral y el intelecto del emperador, afirma que la cristiandad superará a los gobernantes imperfectos como Juliano a través del amor y la paciencia.
Juliano decidió a finales de 362 perseguir vigorosamente a Gregorio y sus otros críticos sin embargo, pereció el año siguiente durante una campaña contra los persas. Con su muerte las iglesias orientales ya no estuvieron bajo la amenaza de persecución. El nuevo emperador, Joviano, era cristiano declarado y defensor de la Iglesia.
Gregorio pasó los siguientes años combatiendo el arrianismo, que amenazaba con dividir la iglesia en Capadocia. En el tenso ambiente que se había creado, Gregorio intercedió por su amigo Basilio ante el obispo Eusebio de Cesarea.
Los dos amigos entraron posteriormente en un periodo de íntima cooperación fraternal al tiempo que participaban en un gran enfrentamiento teológico de la iglesia de Cesarea Marítima provocado por la llegada de teólogos y retóricos arrianos.
En los debates públicos, presididos por agentes del emperador Valente, Gregorio y Basilio salieron triunfantes. Este último fue elegido obispo de la sede de Cesarea de Capadocia en 370.
A su vez, Gregorio fue consagrado obispo de Sasima en 372 por Basilio. Se trataba de una sede recién creada pero no llegó a tomar posesión.
A finales de 372 Gregorio regresó a Nacianzo para ayudar a su padre moribundo con la administración de su diócesis. Esto tensó su relación con Basilio, quien insistía en que Gregorio volviera a su puesto en Sasima. No obstante centró su atención en sus nuevos deberes como coadjutor de Nacianzo.
Tras la muerte de su madre y su padre en 374, Gregorio siguió administrando la diócesis de Nacianzo pero rechazó ser nombrado obispo titular. Donó la mayor parte de su herencia a los necesitados y vivió una existencia austera. A finales de 375 se retiró al monasterio de Santa Tecla en Seleucia, viviendo allí durante tres años. Casi al final de este periodo su amigo Basilio murió. La salud de Gregorio no le permitió acudir al funeral, pero le escribió una sentida carta de condolencia al hermano de Basilio, Gregorio de Nisa y compuso doce poemas en memoria de su amigo fallecido.
Gregorio en Constantinopla
El emperador Valente falleció en 378. La sucesión de Teodosio I, un firme defensor de la ortodoxia nicena, era una buena noticia para aquellos que deseaban liberar a Constantinopla de la dominación arriana y apolinarista. Desde su lecho de muerte, Basilio destacó las capacidades de Gregorio y es muy probable que recomendase a su amigo como defensor de la causa trinitaria en Constantinopla.
En 379, el sínodo de Antioquía y su arzobispo, Melecio, pidieron a Gregorio que acudiera a Constantinopla para liderar la campaña teológica para ganar dicha ciudad para la ortodoxia nicena.
Después de muchas dudas, Gregorio accedió. Su prima Teodosia le ofreció una villa como residencia; Gregorio inmediatamente transformó gran parte de ella en una iglesia, llamándola Anastasis, «un escenario para la resurrección de la fe».
Desde esta pequeña capilla compuso cinco poderosos discursos sobre la doctrina nicena, explicando la naturaleza de la Trinidad y la unidad de Dios. Rechazando la negación eunomiana de la divinidad del Espíritu Santo, Gregorio ofreció este argumento:
“Examina lo que sigue: Cristo es engendrado, él (el Espíritu) lo precede; Cristo es bautizado, él da testimonio [...] Cristo realiza prodigios, él lo acompaña; Cristo sube al cielo, él le sucede. Pues ¿qué no puede hacer el Espíritu entre las cosas grandes y las que hace Dios? ¿Qué nombre no recibe entre los que se dan a Dios fuera de los nombres de ingénito y engendrado? [...] ¡Por otra parte, yo me asusto al considerar la riqueza de los títulos y de todos los nombres ultrajados por quienes atacan al Espíritu!”
Las homilías de Gregorio fueron bien recibidas y atrajeron a multitudes crecientes a Anastasia, pero envidiosos de su popularidad, sus oponentes decidieron contraatacar. En la vigilia de Pascua de 379, una muchedumbre arriana entró en la iglesia durante los servicios religiosos, hiriendo a Gregorio y matando a otro obispo. Huyendo de la turba, Gregorio se encontró después traicionado por su antiguo amigo, el filósofo Máximo el Cínico.
Máximo, quien estaba en alianza secreta con Pedro, obispo de Alejandría, intentó hacerse con el poder de Gregorio y hacerse consagrar obispo de Constantinopla. Horrorizado, Gregorio decidió dimitir de su puesto, pero la facción fiel a él le indujo a permanecer y expulsar a Máximo.
Los asuntos en Constantinopla permanecieron confusos puesto que la posición de Gregorio aún era oficiosa y los sacerdotes arrianos ocupaban muchas iglesias importantes. La llegada del emperador Teodosio en 380 decidió el asunto en favor de Gregorio. El emperador, decidido a eliminar el arrianismo, expulsó al obispo Demófilo. Gregorio fue por lo tanto entronizado como obispo de Constantinopla en la Basílica de los Apóstoles, reemplazando a Demófilo.
Los Tres Santos Jerarcas: san Basilio de Cesarea, san Juan Crisóstomo y san Gregorio el Teólogo, icono de Lipie, Museo Histórico en Sanok, Polonia.
Teodosio quería unificar más todo el imperio en una posición ortodoxa y decidió convocar un concilio eclesiástico que resolviera asuntos de disciplina y fe.
Gregorio pensaba de modo similar, deseando unir a la cristiandad. En la primavera de 381 convocaron el II Concilio Ecuménico en Constantinopla, al que acudieron 150 obispos orientales.
Después de la muerte del obispo Melecio de Antioquía, Gregorio fue elegido para prsidir el Concilio. Esperando reconciliar Occidente y Oriente, ofreció reconocer a Paulino como Patriarca de Antioquía.
Pero los obispos egipcios y macedónicos que apoyaban la consagración de Máximo, y llegaron tarde al concilio rechazaron reconocer la posición de Gregorio como cabeza de la iglesia de Constantinopla, argumentando que su traslado desde la sede de Sasima era canónicamente ilegal.
Gregorio estaba exhausto físicamente y preocupado por la unidad de la Ilgesia por lo cual, decidió dimitir de su cargo: «¡Dejadme ser como el profeta Jonás! Fui el responsable de la tormenta, pero me sacrificaré por la salvación de la nave. Tomadme y echadme... No fui feliz cuando me ascendieron al trono, y con alegría descenderé de él».
El emperador, conmovido por sus palabras, aplaudió, alabó su trabajo y le garantizó su dimisión. El concilio le pidió que se presentara una vez más para un ritual de despedida y oraciones festivas. Gregorio usó esta ocasión para lanzar un mensaje final (cf. Orat. 42) y luego se marchó.
Tras volver a su tierra natal de Capadocia, Gregorio asumió de nuevo su posición como obispo de Nacianzo. Pasó el año siguiente combatiendo a los apolinarios y luchando contra la enfermedad recurrente. También empezó a componer "De Vita Sua", su poema autobiográfico. A finales de 383 encontró que estaba demasiado débil para seguir cumpliendo sus deberes episcopales. Gregorio instaló a Eulalio como obispo de Nacianzo y luego se retiró a la soledad de Arianzo. Murió el 25 de enero de 389.
Después de su muerte, Gregorio fue enterrado en Nacianzo. Sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla en el año 950, a la iglesia de los Santos Apóstoles. Los cruzados de la Cuarta Cruzada (1204) recogieron parte de las reliquias, las que fueron llevadas posteriormente a Roma. Luego fueron colocadas en una capilla lateral de la Basílica de San Pedro conocida precisamente como Altar gregoriano (donde se puede ver también una imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro).
El 27 de noviembre de 2004, esas reliquias, junto con las de Juan Crisóstomo, fueron devueltas a Estambul por el papa Juan Pablo II el Vaticano una porción de ambas. Las reliquias actualmente están conservadas en la Catedral Patriarcal de San Jorge en el Fanar.
La Iglesia Ortodoxa y las Iglesias orientales católicas celebran dos fiestas en honor de Gregorio: el 25 de enero como su fiesta principal y el 30 de enero, conocida como la fiesta de los tres grandes doctores.
Benedicto XVI nos dice que “reflexionando sobre misión que Dios le había confiado, san Gregorio Nacianceno concluía: «He sido creado para ascender hasta Dios con mis acciones» (Oratio14, 6 depauperumamore: PG35, 865). De hecho, puso al servicio de Dios y de la Iglesias u talento de escritor y orador. Escribió numerosos discursos, homilías y panegíricos, muchas cartas y obras poéticas (casi 18.000 versos): una actividad verdaderamente prodigiosa. Había comprendido que esta era la misión que Dios le había confiado: «Siervo de la Palabra, desempeño el ministerio de la Palabra. Ojalá que nunca descuide este bien. Yo aprecio esta vocación, me complace y me da más alegría que todo lo demás» (Oratio 6, 5: SC405, 134; cf. también Oratio 4, 10).
San Gregorio Nacianceno era un hombre manso, y en su vida siempre trató de promover la paz en la Iglesia de su tiempo, desgarrada por discordias y herejías. Con audacia evangélica se esforzó por superar su timidez para proclamar la verdad de la fe. Sentía profundamente el anhelo de acercarse a Dios, de unirse a él. Lo expresa él mismo en una poesía, en la que escribe: «Entre las grandes corrientes del mar de la vida, agitado en todas partes por vientos impetuosos (...), sólo quería una cosa, una sola riqueza, consuelo y olvido del cansancio: la luz de la santísima Trinidad» (Carmina [histórica] 2, 1, 15: PG37, 1250ss).
San Gregorio hizo resplandecer la luz de la Trinidad, defendiendo la fe proclamada en el concilio de Nicea: un solo Dios en tres Personas iguales y distintas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, «triple luz que se une en un único esplendor» (Himno vespertino: Carmina [histórica] 2, 1, 32: PG37, 512). De este modo, san Gregorio, siguiendo a san Pablo (cf. 1Co8, 6), afirma: «Para nosotros hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas; un Señor, Jesucristo, por medio del cual han sido hechas todas las cosas; y un Espíritu Santo, en el que están todas las cosas» (Oratio 39, 12: SC 358, 172).
San Gregorio destacó con fuerza la plena humanidad de Cristo: para redimir al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu, Cristo asumió todos los componentes de la naturaleza humana; de lo contrario, el hombre no hubiera sido salvado. Contra la herejía de Apolinar, el cual aseguraba que Jesucristo no había asumido un alma racional, san Gregorio afronta el problema a la luz del misterio de la salvación: «Lo que no ha sido asumido no ha sido curado» (Ep. 101, 32: SC 208, 50), y si Cristo no hubiera tenido «intelecto racional, ¿cómo habría podido ser hombre?» (Ep. 101, 34: SC 208, 50). Precisamente nuestro intelecto, nuestra razón, tenía y tiene necesidad de la relación, del encuentro con Dios en Cristo. Al hacerse hombre, Cristo nos dio la posibilidad de llegar a ser como él. El Nacianceno exhorta: «Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como nosotros: tratemos de ser dioses por medio de él, pues él mismo se hizo hombre por nosotros. Cargó con lo peor, para darnos lo mejor» (Oratio1, 5: SC 247, 78).
María, que dio la naturaleza humana a Cristo, es verdadera Madre de Dios (Theotokos: cf. Ep. 101, 16: SC 208, 42), y con miras a su elevadísima misión fue «purificada anticipadamente» (Oratio38, 13: SC 358, 132; es como un lejano preludio del dogma de la Inmaculada Concepción). Propone a María como modelo para los cristianos, sobre todo para las vírgenes, y como auxiliadora a la que hay que invocar en las necesidades (cf. Oratio24, 11: SC 282, 60-64).
Conforme las obras de Gregorio circularon por todo el imperio influyeron en el pensamiento teológico. Sus discursos eran citadas como autoridad por el Concilio de Éfeso en 431, y para el año 451 era llamado Teólogo por el Concilio de Calcedonia. Es muy citado por los teólogos de la Iglesia Ortodoxa y se le tiene alta estima como defensor de la fe cristiana.
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